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Hallazgos de tres clasemedieras curiosas

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Agrupar personas que estando tan cerca somos tan lejanas y dispares de oportunidades, sueños y sobre todo peso en los bolsillos, tres capitalinas clasemedieras quisimos desentrañar qué pensaba el capitalino mestizo. Qué lo mueve, pero más que eso, qué lo mantiene políticamente inerte.


La capital de Guatemala es un área diversa y caótica. Por ejemplo, a quince minutos (en un día sin tráfico, libre de lluvias y accidentes) de Cayalá, pueblito mágico de edificios blancos como pelo de ovejita bebé y jardines diminutos, pero verdes verdes como cima de montaña del altiplano, en donde a eso de las diez de la mañana se ve a un par de apartamentotenientes rubiecitos en su balcón, recibiendo el sol de la abundancia mientras sus carros descansan en parqueos techados, se encuentra la diecisiete calle y novena avenida de la zona uno, con sus dieciséis ventas de queso, pupusas, chicharrones, churrascos, su prostíbulo, el hotel, el bar,  la gente que camina a prisa para evitar los asaltos y tomar el Transmetro al triple de su capacidad y los tres comedores en los que permanentemente hay una patrulla y vergazos.

Pensando, por paralelismos como este, en lo difícil que es agrupar personas que estando tan cerca somos tan lejanas y dispares de oportunidades, sueños y sobre todo peso en los bolsillos, tres capitalinas clasemedieras quisimos desentrañar en lo que creía el capitalino mestizo. Qué lo mueve, pero más que eso, qué lo mantiene políticamente inerte.

Yo soy escritora de profesión, callcentrera por necesidad, tengo treinta y dos años, los cuales he vivido casi íntegramente en el centro histórico de la ciudad capital. El agua cae en mi casa todos los días, aunque a veces es un chorrito lastimero que solo sirve para mantener lleno el tanque del retrete. El caos vial retumba en cada calle y como en mi cuadra no hay semáforo, sino un túmulo, escucho con frecuencia los accidentes de la esquina. Aun así, me sé moderadamente privilegiada.

Hablando de relativos privilegios, el Instituto 25A, que surge de las manifestaciones del 25 de abril del 2015 y se cuestiona por qué si la gente que participa en política decide todas nuestras condiciones de vida, el resto no le entramos a la política, realizó un estudio sobre la diversidad capitalina llamado “Politización de los sectores medios urbanos mestizos-ladinos e indígenas mayas en la Ciudad de Guatemala”. Me llamó la atención lo específico del título: Sectores medios. Esto porque supongamos que, si caminando por la sexta avenida un encuestador me agarra en uno de mis días buenos, dispuesta a perder quince minutos de mi tiempo y me pregunta a qué clase social pertenezco, sin inmutarme diría media. Media, claro. Porque rica no, pero pobre jamás. Si me piden que justifique, diría que mi membresía a la clase media me la avalan las tarjetas de crédito, una carrera terminada de la U, un carrito no muy muy pero tampoco tan tan, un trabajo estable,  que de vez en cuando me da para mis gustos y que casi nunca me falta para comer… Y si tengo para comer, lo lógico es que no sea pobre.

De acuerdo al estudio de 2008 de Edelberto Torres Rivas, el 30.3% de habitantes de este país pertenece a la clase media, dato que refuerza la Unión Guatemalteca de Agencias de Publicidad (UGAP), que indica que el 35.4% de habitantes se encuentra en esta capa, con ingresos promedio entre los once mil y veinticinco mil quetzales. Eso dice la teoría, pero no me parecía algo que habitara el imaginario colectivo, considerando que el salario mínimo está tan lejos del primer escalón de la clase media y tan cerca de la miseria que se huele tan profundamente cada vez que llueve en la Ciudad del Futuro. Pensando en esto y en que casi siempre he escuchado a mi alrededor que la gente se llama a sí misma “clasemediera”, corrí a preguntar a Twitter si de verdad éramos clase media o solo clase trabajadora con posibilidades a endeudamiento moderado. 

Por las respuestas que obtuve, más que una pregunta, sentí que había lanzado una piedra. Consideraron sus préstamos, sus visacuotas, sus posibilidades de endeudamiento, se quitaron tristemente la camisa clasemediera y lentamente se pusieron la del trabajador.

Briseida Milián tiene treinta años, vive en el extranjero desde hace poquito, pero antes de eso fue capitalina de pé a pá. Ella se considera clase media porque estudió en colegios regularones toda la vida, se metió a la USAC por elección, pero piensa que su única otra opción habría sido la Landívar y aunque hizo su vida en la mera capi, vivió la mayor parte de sus años en un residencial por allí por Boca del Monte.

Briss formó parte de la investigación del Instituto 25A, que señala a los sectores medios como diversos y los divide en inestables y estables; los primeros se encuentran a una emergencia (enfermedad, desempleo) de convertirse en sector bajo o pobre y los segundos tienen mayor capacidad (en general heredada) de sobrevivir a gastos pesados o falta de ingresos temporales. La educación, encontraron, está íntimamente ligada a estas distinciones. Digamos que para los sectores estables estudiar es más una tradición mientras que para los inestables, una vía para sobrevivir.

Esto correspondía a una buena parte de las respuestas de mi pregunta, porque claro, tenemos capacidad de endeudamiento, más no la de resistir una catástrofe como lo pudiera ser que tres días antes de fin de mes el carro no quiera arrancar. Esto nos pasa más a los que somos la primera o segunda generación en tener un título de la universidad y menos a los que tienen abuelos abogados, por ejemplo. Agregamos a esa ya confusa forma de entendernos, que vivir en la capital nos da la ilusión de vivir en el lugar que tiene todo del país, porque todo lo centraliza, aunque al mismo tiempo, es el área más cara y de igual forma el estado no ofrece ninguna garantía.

Ixkik Zapil Ajxup es investigadora del Instituto 25A. También tiene treinta años y siente como una incógnita que hasta hoy no ha podido resolver del todo la pregunta de si pertenece a la clase media.  Es una mujer maya k’iche’ born and raised en la ciudad, cosa que a muchas personas no parece entrarles muy bien en la cabeza ¿cómo una persona maya va a ser de la ciudad? Y por eso siempre le preguntan e insisten ¿pero de dónde realmente es usted? Esto porque el capitalino siente que solo es de aquí mero si nació mestizo. A partir de ahí viene la pregunta socioeconómica y de clase que es poco discutida también ¿una persona maya se considera de clase media? Ixkik dice que si bien no le faltó lo básico en su vida, las condiciones económicas tampoco eran para despilfarrar.

Creció en la pura urbe, en el mero barrio de la zona 1, que a pesar de estar en el centro, es un lugar olvidado por la municipalidad. Siempre ha vestido el traje, como su madre y su tía, aunque eso continuamente signifique enfrentarse a la discriminación. Gracias a su educación en el colegio y universidad, donde obtuvo becas en establecimientos de élite, se considera sector medio, sobre todo porque esta le ha dado entrada a otros espacios.

Esos espacios de los que habla Ixkik, más que lugares, son accesos. Accesos a estar, a comprar, a decidir, a vestir, a consumir. Para hacer más interactiva mi búsqueda personal del clasemediero, volví a Twitter y pregunté cuatro cosas: Cómo describiríamos a un capitalino por lo que usa, qué cosas prefiere hacer, cómo ha votado y cómo votaría con las opciones actuales.

Las primeras dos preguntas había que responderlas con humor. El desfile de marcas regulín regulán no se hizo esperar. El pollito cooptador de la democracia, la panadería próvida anti-derechos, el café sobrevalorado gringo, las tiendas de electrodoméstico que no tengan opción a cuatrocientas cuotas que inflan el costo en un doscientos por ciento y los mazdita 3 fueron las preferidas, seguidas por una caricatura de un hombre con chaleco enguatado, celular de gama media, tenis con potencial y reloj brillante en la mano izquierda caminando por Cayalá o paseando en los únicos parques que nos dejaron: los Centros Comerciales. De la mujer clasemediera, ni un bosquejo. 

A las opciones de voto, solo se les podía tomar con resignación, pero como una luz al final del túnel, mi encuesta, que incluía al ganador y la derrotada, al hijo del Gran privatizador o darle el poder a los 48 cantones, dio por ganadora a la última, quizá como un recuerdo que el voto real no está en las redes sociales.


El futuro se ve más oscuro que el presente, porque en mis cuatro posibles opciones a futuro (un alcalde populista, un alcalde montaraz, la hija de un genocida y un diplomático conocido por la adopción ilegal de niños), la encuesta daba por ganador al alcalde montaraz, por el solo hecho de haber disfrutado de que le aflojara sus dientes y pensamientos al otro alcalde en contienda.

Briseida cree que, como gente de los sectores medios en la capital, nos sentimos todo el país, es decir, que creemos ser la definición total y máxima del ser guatemalteco y a esto debemos que nos indigna el macro, es decir, lo nacional. La cuestión es que se nos olvida que también es nuestra responsabilidad lo local. Cosas qué sé yo, como arrancar de las manos codiciosas y tiesas la alcaldía de la municipalidad a los Arzú, que mantienen prisionera y víctima de su reinado, desde que la ciudad se trasladó a donde estamos ahora, o sea, desde hace 245 años.

Es cierto que todo esto está atravesado por muchos años de inseguridad, falta de servicios básicos y exceso de violencia, no solo la común sino la que ejerce el Estado hacia las personas que se organizan, pensemos en Manuel Colom Argueta. Pero esto también se debe a que parecemos haber olvidado normas tan básicas como saludar. Ya ni digamos ver a la persona que tenemos al lado. Esto es algo que se recogió también en la investigación: el sentido de comunidad no existe en la Ciudad porque solo conocemos el metro cuadrado donde vivimos, trabajamos y paseamos para gastar dinero. Quizás no queremos girar la cabeza porque nos causa horror lo mucho que nos parecemos a ese con quien compartimos el Transmetro y lo lejos que estamos del que viene en un auto de agencia, nuevito y oliendo a cuero en la misma cola.

Por eso, Ixkik considera que no es extraño que nos quejemos de la ciudad, si esta no es para todos, sino solo para quienes representan la oligarquía, a pesar de que es la clase trabajadora quien construye y alimenta las arcas del gobierno.  Visto de esta forma, ser clase media no es únicamente la capacidad económica, sino también la posibilidad de participación política. 

Y ante tanto lío, ya sin ánimos de encontrarle pies y cabeza a quiénes somos y dónde estamos parados, preferimos postergar hasta nunca cambiar nuestras condiciones. Ganarse el día a día nos desgasta y nos hace querer olvidarnos de nuestra realidad colectiva. Es más fácil enfocarnos en resolver nuestras necesidades o deseos momentáneos. Ya lo dijo Mafalda, que lo urgente no deja tiempo para lo importante. Pero pasa que no nos damos cuenta hasta qué punto lo político nos afecta, como cuando en una entrevista que Ixkik vio por televisión hace algunos años, el entrevistador preguntaba a una mujer si estaba de acuerdo con pagar impuestos, a lo que ella respondía que no, que le parecía un robo. El presentador preguntaba entonces si le satisfacía el servicio de transporte público a lo que ella respondía irritada que estaba harta del servicio tan malo. Entonces el presentador le hacía ver que para eso precisamente servían los impuestos bien, para mejorar áreas como el transporte público y la vida en general.

Creo que todos los ejercicios que nos hacen cuestionarnos nuestro lugar en el mundo sirven primero para reconocernos y luego para pensarnos mejor a futuro. Me surgen preguntas sobre, por qué si todas nuestras opciones son tan horrendas, si todo está tan mal, ¿por qué no creamos una que nos satisfaga? Si parece que todos estamos hartos de lo mismo, ¿por qué no lo cambiamos juntos? Se acercan otras elecciones. Otro circo. Otra vergüenza. El 2015 está tan lejano que parece no haber sucedido. Día tras día, los poderes del estado se coluden y amanecemos más pobres, con menos avances y con más incertidumbre. Nosotros, la capa media, con más accesos, con mejor perspectiva, podríamos, dentro de este treinta y cinco por ciento generar mejores opciones, construir mejores gobiernos, aspirar a un futuro mejor, y no estar más cerca del abismo que de la mejora colectiva.

En nuestra búsqueda de respuestas encontramos apatía, resignación e individualismo. Tal vez hay que buscarle antónimos a las acciones, para que no sigamos como estamos. Tampoco estamos ya para mártires. Neruda dice en “A callarse”:

No se confunda lo que quiero
con la inacción definitiva:
la vida es solo lo que se hace,
no quiero nada con la muerte.

Tal vez necesitamos bajarle el volumen al caos y decidirnos a hacer, por fin algo con todo este desastre que dejamos que ocurriera.