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¿Contar la historia mal, o negarla?

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La Historia se ha contado mal en Guatemala. Siempre ha sido la versión oficial, de la élite, a través del Sistema Educativo público, que provoca ignorancia y confusión. El error no está en colocar a Frida Kahlo en lugar de Dolores de Bedoya como prócer de la Independencia de Guatemala, sino en la educación que evita contar otras versiones de la Historia válidas y también verdaderas.


El domingo 15 de septiembre, día de nuestra seudo llamada independencia, algunos medios como Soy502 publicaron una noticia llamada: “Confunden a Frida Kahlo con Prócer de la independencia Dolores de Bedoya”.

La noticia publicada en redes sociales, provocó muchos comentarios como:

“Quién fue el profesor bruto que les enseñó eso”.

“Que patojas más brutas si ya existe internet para que busquen”.

“Vergüenza nacional para esta gente”.

Después de leer todo, en lugar de una risa o un instante de vergüenza sentí una profunda rabia y enojo. Desde los 19 años empecé a dar clases de historia –con un salario de Q1,150 en un pequeño colegio de Mixco–, me tocaba dar las clases de problemas socioeconómicos, estudios sociales, lengua y literatura, psicoanálisis, además de cuidar recreos, y entregar niños a la hora de salida; además era la maestra de todo básico y diversificado.

Los libros de Santillana y Norma eran la herramienta de trabajo, y muchas veces se quedaban cortos en construir la historia de Guatemala ilustrada en un libro de 150 páginas. Era algo complicado. Pero después de algún tiempo, eché mano de otras herramientas para preparar mis clases.

Así en el próximo colegio que trabajé, me introduje en la selección de libros, sacar fotocopias, videos, diapositivas y demás.

Esta vez tuve más suerte, solo daba historia del arte, filosofía y estudios sociales a diversificado. Ahí me di cuenta que el problema no era la institución sino la estructura del Estado, que no contaba la historia como debía. Los libros no narraban con claridad la intervención estadunidense de 1954, tampoco era contada de manera adecuada la Revolución del 1944. No había señas de genocidio y los libros que sí la tenían, lo contaban con información ambigua.

El Currículo Nacional Base (CNB) –la guía de todos los maestros de educación pública en Guatemala– carecía de esa información, y no era requerida como tema de clases, pero sí estaba: la independencia, el proceso de Paz… recuerdo haber visto en el libro de Santillana un recuadro en azul de tres párrafos contando el levantamiento de los señores de Totonicapán.

Ahora los guatemaltecos critican y se sienten avergonzados de que unos estudiantes de un colegio en Santa Lucía Cotzumalguapa, Escuintla, en la zona rural en Guatemala, colocaran el rostro de Frida Kahlo en lugar del de Dolores de Bedoya como una de las próceres de la Independencia.

Vergüenza, más bien, es que las instituciones públicas y privadas continúen sin contar la historia de genocidio del país; y las pocas entidades que la cuentan, reduzcan todo a la cantidad de muertos y desaparecidos. Nadie, en el sistema educativo guatemalteco, le cuenta a los estudiantes la historia de la desaparición y secuestro de Marco Antonio Molina Theissen, con tan solo 14 años de edad; tampoco se cuenta la violencia sexual que se cometió en contra de las mujeres de Sepur Zarco por parte del Ejército.

Vergüenza es que la historia siempre sea contada desde un lugar de blanquitud o privilegios, donde cada 15 de septiembre se desfila en conmemoración de los próceres de la independencia, en lugar de reconocer el origen feudal y de esclavitud latifundista que ha tenido un país como Guatemala y su soberanía.

«Las luchas no deben ser contra culturales, sino contra estructurales». 


Estamos leyendo las cosas mal, el sentido de la crítica a los estudiantes y al profesor fue únicamente de forma. El fondo aquí es entender lo difícil que es contar la Historia en un país que niega la memoria histórica, invisibiliza a las mujeres, a los pueblos originarios y las luchas civiles.

Las luchas no deben ser contra culturales, sino contra estructurales. Yo me gradué de un colegio privado, capitalino, con maestros graduados, y nadie me enseñó nada sobre el genocidio en el colegio. La ignorancia educativa no solo está en un espacio sin privilegios.

Qué es peor, contar la historia mal, o negarla adrede.

Por muchos años me dediqué a mis alumnos, estudiaba antes de cada clase, buscaba textos y recursos. En cierta ocasión, en mi salón de clases, donde tenía hijos de militares y familiares de Rigoberta Menchú como alumnos, se dio una discusión interesante, forzada, pero necesaria. Textos como La Patria del Criollo de Severo Martínez, o Linaje y Racismo de Marta Elena Casaús me ayudaron en cada clase a describir la construcción de un país como Guatemala.

El futuro está en la educación, sí, pero también está en reconocer que el Estado nos roba la capacidad de leer una historia interseccional, y que está en nosotros, los profesores, en los alumnos, en los estudiantes universitarios, en los artistas, humanistas, luchar contra la estructura que impera y que tiene ensayada una historia propia para Guatemala.

Una Historia oficial diseñada para confundir el rostro de los próceres de la independencia, para reivindicar el nombre de la élite económica de Guatemala cada año, y en esencia negar otras versiones históricas también válidas como verdaderas.