17 min. de lectura

Compartir

Fiesta cívica

17 min. de lectura

Estos fragmentos breves retratan un proceso electoral visto a ras de suelo. Desde cómo la gente vive las elecciones, cómo piensa y percibe (o siente) a los candidatos, más allá de los clichés de temporada sobre democracias incipientes, encuestas, o el futuro. Elecciones que suceden en un pueblo de frontera o en uno a la orilla de un río, que ocurren desde la cotidianidad de las tareas de limpieza o desde los recuerdos. Más allá del mitin y el spot publicitario. 


1. La bulla de la frontera

Un texto corto de Oswaldo J. Hernández

Sin la bulla nadie sabe dónde están. Sin campaña los candidatos no existen. Pero hay bullas que sobresalen y se diferencian de otras bullas. Llamar la atención con artificios o hiperrealidad. De eso se trata a veces.

Puede ser todo parecido a un circo.

Puede ser todo alucinante.

O bien, te puede dejar frío, simplemente por CONTEXTO.

Y entonces, nos trasladamos a un municipio de frontera. Parece que todas las fronteras de Centroamérica suelen estar marcadas por el sol, por cierta aridez, el desorden, y la constante metáfora de “tierra de nadie” que separa y aleja.

En un municipio fronterizo, las reglas suelen ser ambiguas. La política –la clase política– lo sabe. Los candidatos transmiten consignas transfronterizadas.

Pasó hace unos años. La campaña, un proceso electoral que debía ser monitoreado en algunos municipios de la frontera. En el oriente de Guatemala, una campaña política suele estar contextualizada por las armas. Más que un prejuicio es axioma. Están ahí. Algo inherente. Aparecen en los mítines y los escenarios. El estigma que suele operar como trasfondo. Esas transacciones culturales.

Cerca de la escuela de un municipio fronterizo: Un candidato puede ser anunciado con el ruido que produce la llegada de un grupo armado. El movimiento de una pequeña caravana de camionetas agrícolas y vidrios polarizados, levantando polvo, bajo el sol. Hay fusiles, pistolas, botas y sombreros que se alcanzan a distinguir. Dondequiera que esta escena se repita se sabe que estará siempre el candidato. Si hay armas a la vista y es año electoral significa que la campaña política está cerca. Es la bulla de la frontera. 

–¿No hay miedo con las armas y los escoltas de los candidatos?

–Es una campaña para decir que todo se trata de seguridad-– contestan los vecinos, que suelen pasar las horas descamisados, sentados en una acera, bajo el sol, observando cómo transcurren las tardes de la frontera, inmutables.

En el parque: La escena se traslada. La caravana. Las armas de alto calibre. El rechinido de neumáticos como enunciación. Porque donde aparecen ellos, también estará el candidato.

Los ojos de los pistoleros (la mala cara, la mala mirada) penetran sobre el rostro de cada persona alrededor. La gente que se acerca es vista en este momento como posibles objetivos. Una interacción configurada por la desconfianza. Un largo minuto para verificar la seguridad del candidato.

La incomodidad que genera la presencia de los hombres armados se rompe con los aplausos de la gente. Sólo así, aparece el candidato. Y uno piensa en las miles de formas en que un ser humano puede apearse de un vehículo en movimiento portando un arma lista para disparar.

Un arma atravesada en el cinto.Un arma colgando del hombro. Un arma, por inercia, que se mueve junto al cuerpo, pero de modo descuidado.

El candidato, en medio de todo, emerge desde el centro de esa vorágine. Es extraño cómo nace desde su propia circunstancia. Levanta las manos como saludo y como indicador al mismo tiempo de que él –el único de su séquito– no porta una sola arma. Sonríe, saluda y así se mueve entre la gente. Es como se presenta en medio de ese grupo de personas que buscan posicionar sus falanges en los múltiples gatillos.

Una campaña así transcurre entre los aplausos, la pausa y la tensión. No queda de otra. Un western electoral que se nutre del suspenso. Aplausos y tensión. Tensión y discurso. Discurso sin sentido.

Antes de configurar una propuesta, una campaña política en estos territorios debe jugar con las emociones. Una campaña “de tierra” fundamentalmente se basa en abrazar niños bajo el sol, besar ancianos arrugados. Es un recurso sin complejidad. Y en la frontera existe. Solo que toda la dinámica se acompaña con armas de alto calibre. A veces un disparo al aire. La emoción.

El seguimiento de una campaña electoral en lugares donde no suele ocurrir nada deja un sabor de boca extraño. Busca a los monstruos y eso generará abismos que te regresan una mirada desafiante, decía Nietzsche. 

–Aquí no pasa nada. Solo la feria del pueblo cada año. Y luego todos esperamos las elecciones. Así se pasa el rato– decía uno de los vecinos descamisados, en la antesala de la llegada del candidato desde la calle.

–Pero hay violencia. Hay muertos en el municipio. Hay ambulancias que no se detienen todo el día.

–Sí. Esas cosas que pasan. Pero eso no es alegre. Las elecciones mueven el pueblo de otra forma. Aunque tengamos que esperar cada cuatro años.

En la calle principal reaparece el candidato. ¿Cómo lo sabemos? Porque ahí viene el grupo armado. El convoy de autos polarizados. Sus armas a la vista. Sus malas caras. Ahí debe estar el candidato.

Antes de confirmarlo, ocurre siempre un silencio necesario. Esa incertidumbre en medio de las miradas resignadas. Los vecinos preguntando con sus gestos: ¿Viene o no viene el candidato? ¿Viene solo el grupo armado? Porque a varias cuadras de distancia solo esa duda es la que se distingue. Los aplausos en la calle –esa algarabía– que suenan a lo mejor como una breve lluvia que refresca la tarde, desvanece las suspicacias y sacude un poco los temores. Porque, en efecto, lo que está a punto de llegar es la caravana armada del candidato, y no otra cosa “de ese tipo” en los municipios de frontera.

Campa–a electoral en Guatemala.
Después de finalizar un mitín del Partido Patriota quedan los restos de campaña. El final de la fiesta cívica.

2. No me fío de nadie

Un texto corto de Carolina Gamazo

“¿Usted por quién va a votar en las elecciones?”. Le pregunto a doña Irlanda, la señora que viene los lunes a reconvertir nuestra casa en un lugar habitable. “Por nadie”— Me responde—“No me fio de nadie”.

Doña Irlanda vive en un asentamiento de zona 6, tiene dos hijas y cuatro nietos, tres de ellos viven en su casa. Trabaja días puntuales en casas puntuales y su sueldo a fin de mes es muy bajo. Depende de las personas que contratan sus servicios; puede ser de 200 quetzales a la semana, 300, 100. Algunas semanas alguien le cancela y todo se descompensa. Siempre hay imprevistos que llenan de ansiedad sus cálculos económicos. 

Le digo que la fiscal general se va a presentar a las elecciones, Thelma Aldana. “Algo me dijo mi hija, algo escuché. Que teníamos que votar por ella, pero yo no voy a votar”, me dice. “Thelma Aldana fue la fiscal general”, le cuento. Me mira con cara de que no le importa mucho. Para darle un poco de emoción, sigo contándole que Thelma Aldana ayudó a la CICIG a meter presos a los políticos corruptos. Me sigue mirando con cara de desinterés. Menciono a Otto Pérez Molina, a Roxana Baldetti. Sigue mirándome con cara de que le importa poco.

“También se presenta otra Thelma”— le digo— “de Codeca. Del Movimiento de Liberación de los Pueblos”. “Algo escuché”, me dice.  A este punto no sé si solo me quiere seguir la conversación, o si realmente ha escuchado algo. “Ellos quieren nacionalizar la energía eléctrica”, le cuento. “Sí, algo escuché, que querían poner la luz gratis”. A Irlanda le ha cambiado la mirada. Se ve que hablamos de algo que le importa. La factura de la luz. “También se presenta la hija… o la nieta de Ríos Montt”, me dice. Vuelve a mencionar que no se fía de nadie.

Irlanda no se fía de ningún candidato, pero para su análisis no cuenta con ningún elemento de actualidad ni de política nacional. No se fía de nadie. Lo mismo le vale Zuri Ríos, que Sandra Torres que Thelma Aldana. Nunca nadie ha logrado nada y, a estas alturas, por qué va a ser diferente. Sus condiciones de pobreza han sido las mismas durante todos los años de su vida, con altibajos. Ha pasado de desesperadamente pobre a pobre a situaciones estables que se prolongan unos pocos meses, pero que algún sorpresivo acontecimiento vuelve a convertir todo en un desastre. Su estado de salud, y la falta de dinero, ocupan gran parte de sus conversaciones, aunque siempre las cuestiones que más tristeza le generan son los problemas familiares.

Irlanda vive en las mismas condiciones de pobreza que el 67 por ciento de la población de Guatemala, según el último Informe de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, mientras que tres millones de personas viven en extrema pobreza. Pocos minutos después de haber comenzado a hablar sobre el panorama político vuelve a su trabajo. “Bueno, seño, voy a seguir que si no, no termino”.  

2019-04-15-Campaña electoral-003
En la fiesta cívica de las elecciones, las personas son importantes al momento de percibir al candidato, Una emoción, un compromiso electoral. 

3. Las playeras de FCN

Un texto corto de Carolina Gamazo

La lancha se había quedado atascada en mitad del canal por el que llegaríamos a Sicapate, Escuintla. Estaba con mi hermana en la aldea Buena Vista el Paredón, una playa en la Costa Sur de Guatemala. Queríamos ir a conocer la Poza del Nance, un santuario de tortugas del Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP), al que se podría acceder a través del canal desde esta aldea surfista. Por teléfono habíamos acordado con el lanchero, Byron, que el paseo por la Poza del Nance costaría 235 quetzales, 15 quetzales menos del precio fijado, por ser el único dinero que teníamos.

Pero, al encontrarnos con él en el muelle, Byron, un señor de mediana edad con el pelo semicanoso, decidió que nos llevaría primero a Sipacate en la lancha pública, que también manejaba él, para que pudiéramos sacar del cajero el dinero completo. En cinco minutos, y sin que nos hubiera dado mucho tiempo a reaccionar, estábamos navegando en dirección contraria al santuario de tortugas, hacia el centro urbano de este pueblo, acompañadas de unas diez personas de la aldea. 

El viaje empezó bien, tranquilo. Rodeadas de este manglar salvaje y semiabandonado con apenas visitantes. Nosotras estábamos sentadas al lado de una mujer de unos cincuenta años, con bermudas y el cabello tintado de amarillo, y un joven que parecía ser familiar. Hablaban sobre una reunión que se había celebrado la tarde anterior con FCN-Nación, el partido oficial. De hecho, en el camino desde el hotel donde nos hospedamos hasta el muelle, me fijé que toda la calle principal estaba llena de carteles blancos con las letras azules y rojas del Frente de Convergencia Nacional (FCN-Nación), el partido del presidente Jimmy Morales. En ese momento no caí en la cuenta de que un mes antes del inicio de la campaña, aún estaba prohibido poner carteles.

El joven se lo contaba a la mujer que, mientras seguíamos navegando por el canal, le hacía preguntas sobre quienes habían estado en la reunión; le preguntaba sobre personas en específico, estuvo tal persona, tal persona, pero nada sobre nada del contenido. El joven no respondía mucho. Le contó que habían repartido playeras, sonriendo. “¿Ah si?”, “aha”.

El canal no tenía apenas caudal y, en un punto dado, el motor ya no tenía suficiente agua para funcionar y se paró. El lanchero no dijo mucho. Que había que empujar. La mitad de personas se quitaron los zapatos, se bajaron de la lancha y comenzaron a empujar la lancha a lo largo del canal. Todos de buen talante. La mayor parte, según nos fuimos dando cuenta, una abuela, dos niños, eran familiares.

Pregunté por qué no había agua.

Un señor dijo que era debido a las plantaciones de caña, que desviaban el agua del canal para regar la caña. La mujer de nuestro lado empezó a contar que en las anteriores elecciones llegó Sandra Torres, y prometió construir un puente, mientras que el actual alcalde, de FNC-Nación, prometió que iban a dragar el río, pero al final no hicieron nada.

“Y ustedes le van a FCN”, les dije. “Ahá”, respondió el joven. “Pero es el partido de Jimmy Morales”, dije con bastante rotundidad. Me di cuenta de que el tono había sido muy fuerte y que estaba, de alguna forma, acusando. “Pero me imagino que el alcalde estará haciendo cosas  buenas”, dije para suavizar. “Cosas buenas y cosas malas, si hubiera hecho todo bueno no estaríamos así”, me respondió el señor. Miré a las personas descalzas empujando la lancha por el canal rodeado de manglar en peligro de extinción. Al llegar a Sipacate ninguno de los dos cajeros automáticos tenía dinero. Unas dos horas después estábamos en el punto de partida y sin dinero. Pensé en las playeras de FCN.

2019-04-15-Campaña electoral-001
Después del mitín de la UNE, un grupo de niños juega con los despojos de la campaña electoral.

4. Aprendiendo sobre democracia

Un texto corto elaborado por el equipo de No-Ficción

Mi primer recuerdo electoral es un paredón con pintas rojas, verdes y azules.  Rojo, verde y azul en una pared de piedra, en una carretera que conduce de la frontera con El Salvador a Chiquimula. Rojo, verde, azul, tal vez amarillo, no estoy seguro.  Al gallo rojo y a la estrella blanca con fondo verde sí los recuerdo con claridad mientras el vehículo da tumbos en una carretera llena de baches. Por esa pared pasaran 20, 25 años de pintas hasta que un derrumbe enterró los últimos vestigios de futuras campañas naranja, verde y rojo.

Eran los primeros noventa. Jorge Serrano Elías era presidente y el gallo rojo de su partido, el Movimiento de Acción Solidaria, MAS, luce en la piedra desnuda junto a la estrella blanca de la Democracia Cristiana. Eran los primeros noventa y suena La bamba versión Serrano Elías. Youtube me devuelve las imágenes, los peinados ochenteros: ¡Para cambiar Guatemala!, para salir adelante, hay que unirse a Serrano Elías, guatemaltecos… guatemaltecos, hay que unirse a Serrano, hay que unirse a Serrano, que con Serrano todos vamos al cambio…

Tengo la vaga impresión de que mi madre, profesora de secundaria, había apoyado a la Democracia Cristiana; que luego había protestado en una huelga coordinada por el magisterio y que después había vuelto a apoyar a la DC, porque ni modo, cualquier cosa era mejor que el tipo de bigotón y corbata roja.

Mi abuela, más práctica, da la victoria a Serrano. Dice que ha abrazado a todos los presidentes electos (sin fraude y con fraude), desde Arévalo a la fecha. Que a Serrano ya lo abrazó y a los otros dos punteros no, ergo Serrano será el próximo presidente.

El siguiente recuerdo electoral es que hay que aprenderse en la escuela quién es el nuevo presidente, Serrano da un golpe de Estado y en unos días desaparece rumbo a Panamá. También hay que aprenderse quién es el nuevo Procurador de Derechos Humanos que sustituye al que ahora ocupa la presidencia.

Azul, blanco, rojo, amarillo, una rueda concéntrica. Un blanco, una diana. Muere, asesinan, al candidato que todos decían sería el próximo presidente del país. Azul, amarillo, blanco, de nuevo azul, no robo, no miento, no abuso, obras y no palabras. Unas elecciones infantiles celebradas en una agencia del Banco del Café, muchos años antes de que lo liquidaran y se dividieran los despojos entre el resto de bancos. Unas elecciones infantiles en las que marco el símbolo del avioncito, el PLP (Partido Liberal Progresista), porque me gusta el diseño.

Nos tratan de enseñar en la escuela lo que es la democracia. Se eligen presidentes de grado, secretarios, tesoreros. ¿Lo hacen a partir de tercero o cuarto primaria? Proponen a los más responsables y odio que me mencionen, respiro aliviado si mi planilla pierde. No quiero lidiar con eso, no quiero tener el sello de la clase, no quiero andar arriando gente.

Veo a mi madre dar vueltas y vueltas para comprar un terreno para un edificio de un instituto por cooperativa, la veo lidiar con interminables formularios de la Contraloría General de Cuentas para justificar los magros aportes del Estado. La veo lidiar con los diferentes alcaldes para que se comprometan a realizar su aporte, la veo lidiar con el agradecimiento de algunos  y la gana de joder de otros. Yo no quiero nada de eso.

Nos quieren enseñar sobre la democracia, más allá de nuestra clase, en toda la escuela. Y se celebran unas elecciones generales. Se forman dos planillas: Los Supersónicos versus Los Picapiedras, con el logo de cada caricatura en la papeleta.

Hay campaña.

Una veintena de niños van recorriendo los pasillos gritando: ¡Picapiedras!, ¡Picapiedras!, ¡Picapiedras!, mientras otro grupo pasa gritando: ¡Supersónicos!, ¡Supersónicos!, ¡Supersónicos!. Agitan los logos, hay silbatos, van clase a clase, gritando, agitando las figuras de caricatura. Cuando se cruzan se vuelven una masa más compacta, vociferante.

Los más bulliciosos son a menudo los más pequeños, los más desafiantes son los mayores, más de alguno se pechean pero siguen su paso. Queda sin embargo un rezagado, un pequeño supersónico, creo, alguien de tercero primaria con su papeleta de papel periódico con la familia del futuro sonriendo.

Es pequeño, está asustado. Lo empujan los más pequeños, le rompen los volantes de papel periódico los mayores, lo toman de las manos, de los pies, comienza a lloverle coscorrones, la masa de uniformes de pantalones grises, de camisas celestes lo ocultan.

Tocan la campaña, todo dura un par de minutos. El pequeño supersónico llora.

No recuerdo quien ganó esa elección.

Y llega la adolescencia. Y cada vez hay más ruido con las campañas, la radio y la televisión no cesan de arrojarnos sus rostros, ya no solo hay rótulos de lata pintados, el plástico se expande multiplicando los colores de los partidos, cruzando los postes, acompañando a los picops con altoparlantes.

Llega una nueva elección. Azul y blanco, amarillo y azul.

Mi madre está enferma de cáncer y morirá en unos meses. Entre las medicinas y el diagnóstico terminal se filtra la campaña. Hay un candidato de oriente, se llama Alfonso Portillo y truena contra los monopolios, contra los privilegios. Lo acompaña el general Efraín Ríos Montt. Mi madre habla con mi abuela sobre por quién votar, ella está enferma y no podrá hacerlo. Odia a Ríos Montt, pero quiere a Portillo, votar por el PAN, dice,  es votar por los dueños del país —conciencia de clase me digo ahora— pide a mi abuela que vote por el FRG.

Mi abuela está de acuerdo, Portillo le parece guapo y honesto. Un hombre de verdad que no teme defenderse, además visitó el pueblo hace unos meses, ella le dio su abrazo y bendición, seguro será el ganador.