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Las que habitan su territorio

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El arte también es de las mujeres. Pero, en Guatemala y su contexto machista, las propuestas de las mujeres artistas han sido invisibilizadas, sobre todo, cuando su contenido establece sororidad y feminismo crítico. Plantearse colectivamente desde esta idea reivindicativa implica construcción y resistencia.


Las que habitan su territorio
 fue una exposición que habló de nosotras y de la visión de nuestro mundo, desde el lugar que habitamos, pues el androcentrismo coloca al hombre como piedra angular y se nos pide que a partir de esa relación debemos leernos, construirnos, y ser. Esto se ha reproducido en todos los espacios, el medio del arte no es ajeno a ello.

En el Centro Municipal AAI, en los últimos cinco años se han expuesto artistas, colectivos, proyectos estudiantes, por lo que, en promedio anual, la galería tiene 10 exposiciones, de las cuales, en dicho lapso solamente dos han sido de mujeres: la artista pionera de la contemporaneidad, Margarita Azurdia; y, la exposición centrada en las migraciones y visiones del otro de la artista Marilyn Boror. Entonces del 100 por ciento de exposiciones generadas anualmente solamente 2 por ciento tienen representación femenina.

Según datos del RENAP, en el 2018 las mujeres representaban el 49.95 por ciento y los hombres el 50.05 por ciento de la población; pero incluso la representatividad aún dentro del Congreso de la República es mayoritariamente de hombres. En la Legislatura electa para el periodo 2019-2022 solo 31 mujeres lograron una diputación, es decir, el 19.6 por ciento de los congresistas.

El medio del arte está en proceso de una construcción colectiva y, por ende, de/construcción, situación que incluye, no excluye. El día de la inauguración un artista dijo: «Esta es una exposición de amigas artistas, no de artistas», con esta oración apelaba a una deslegitimación de una producción, también hablaba de su vago y casi nulo intento por el conocimiento del feminismo.

El feminismo comunitario parte de una visión colectiva, construir desde la raíz, con el apoyo y esfuerzo de todos, así fue como en esta exposición nos apoyamos unas a otras, montando, trayendo piezas y, finalmente, construyendo el título. Es por eso que argumentos como este solo apelan al argumento ad hominem que responde a la persona antes de responder a la pieza misma; en este caso particular, respondía a su género en lugar de leerse de artista a artista.

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Obra de Ingrid Cordero: “Estructura 1.” Camisas de hombre forman un circulo cerrado.
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Obra de Patricia Belli, obra: “Brujos” Instalación dinámica, consistia en una cabeza y dos objetos circulares de metal que podían rodar en una superficie.
Obra de Paulina Velazquez Obra: “Huellas” presenta una serie de huellas que van cambiando en corte sobre papel.

La exposición era un encuentro de mujeres diversas que desbordaban fluidez en diferentes temas: Mariela Richmond con su pieza Mujer armada donde se ve a una mujer disparando al aire, para mí, es un ejercicio crítico que la artista acompaña con las preguntas: “¿Qué pasa cuando una mujer dispara al aire?, ¿grita a la nada?”; Albertine Stahl y su pieza Bandera negra ocultaba el objeto detrás de sombras y se descubría la imagen de un arma jugando con la belleza del miedo o la circunstancia del objeto.

En su momento, durante el 2018, un curador guatemalteco se refirió a mi trabajo en la Bienal Más Allá así: «Es como una niña con un arma», la imagen nociva de ese comentario me acompañó durante el proceso para entender que no era mi profesionalismo lo que los inconformaba, más bien era mi género y, por ahí, algunos roces de mi edad; este personaje juega de nuevo al acto de hablar desde el ad hominem y no reconocer o siquiera considerar la producción, juzgarla desde un género, a veces se puede llegar a sentir que el medio es impenetrable desde los machos que lo gobiernan. Una imagen visual de ese sentimiento puede ser la obra de Ingrid Cordero, Dinámica de resistencia, donde utilizó camisas de hombres para colocarlas en un círculo, las personas podían entrar en el centro y sentirse acuerpadas o intimidadas, sin embargo, también desde fuera se sentía una barrera impenetrable. Aunque la artista generó la pieza a nivel más amplio, me gusta postularla a nivel del medio del arte.

La historia del androcentrismo del arte nos mostró a los grandes maestros artistas que pintaban cuerpos femeninos desnudos, que llenaban el museo y el espacio, pero nunca nos mostró a una mujer. Nos mostró la visión de una mujer desde la perspectiva del hombre, nos cerró completamente a la nulidad de nosotras mismas y esa pared era impenetrable siempre.

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Obra de Gala Berger obra: “La atrocidad necesita un cuerpo,” presentaba un móvil donde se podían observar cuerpos de mujeres fragmentados.
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 Escultura instalación de Alberthine Sthall
Alberthine Sthal obra “Bandera Negra”

Y tiempo después el patriarcado sigue ejerciendo preguntas o presentando a una mujer con nulidad, en las buenas palabras de la artista mexicana Mónica Mayer, refiriéndose al performance: «Si tiene dudas, pregunte». Es necesario que los hombres y mujeres se empiecen a preguntar el porqué, en lugar de ejercer juicios de valor o de género ante muestras de mujeres. Así pasó también con una artista guatemalteca durante su exposición, en la cual presentaba netamente fotografías con desnudos, se obvió la construcción de la pieza al decir: «Como ya está flaca le gustó tomarse fotos desnuda»; ¿qué clase de argumento se está construyendo de los hombres? ¿Qué clase de idea intentan generar a través de comentarios tan carentes de criterio? Y, ¿ellos son los que predominan en el medio artístico?

Pero todo esto nos permite armar historias, conocer los procesos para que se active nuestra resistencia. La obra La atrocidad necesita un cuerpo, de la artista Gala Berger, nos dispersa piezas del cuerpo desde el lugar donde se nos ha concebido y las vemos flotando dentro de una galería como un recordatorio; la memoria de nosotras es como las Huellas, obra de Paulina Velázquez; o los recursos de nuestra misma historia como las enseñanzas de las madres y abuelas en los tejidos de Marilyn Boror en su pieza Está en mi corazón; Merma de Lucy Argueta es la memoria de nuestra propia piel en vestuarios que nos genera el constructo estereotipado, es como una arqueología de nosotras mismas, la cual nos ayuda a replantear el mundo en el que vivimos y que se nos heredó.

Plantearnos dentro del territorio nos hace una resistencia constante contra el olvido.  Desde el feminismo comunitario, debemos plantearnos el vivir bien y eso solo se alcanza ante el reconocimiento de nosotras y la comunidad que habita dentro del espacio. Así es como la obra de Numa Dávila De la infancia mi tracto de la pornografía nos produce incomodidades al cuestionarnos en cada aspecto con base a la figura masculina, cómo concebimos la duda y las preguntas desde nuestra sexualidad.

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Video: Mariela Richmond, presenta su obra; “Mujer Armada”  un video que consistía en una mujer disparando al cielo.

El ejercicio de crear en colectivo no es difícil para la mujer, es un ejercicio que abraza nuestra aproximación al mundo. Las mujeres abrimos camino, ensanchamos el destino, nos leemos junto al prójimo, una exposición de mujeres no debe plantar miedo al medio, sino expectativa, pues nosotras somos el abono, la raíz y la semilla.

Permitimos y empujamos, el arte debe de partir de esta premisa hacia una visión más amplia de ello. Recuperemos nuestro espacio, nuestro territorio.