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La metamorfosis

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El  diputado Rosauro, alias Guantán, ha evolucionado. Se ha transformado dentro del Congreso. Ha adquirido todas sus características de notable y mediático. O como Rex Mamey escribe en esta crónica parlamentaria, el ascenso al poder desata todo lo que eres.


(Si quiere leer la primera parte: “El show debe continuar”, haga clic aquí).

A los tres meses de haber juramentado ante la Constitución Política de República, que para él era como si le hubieran dicho Almanaque Escuela Para Todos, su idea era permitirse un break el fin de semana y dedicárselo a su familia. Podía ser un mierda, un tipo licencioso, un remedo de mafioso tropical con una suerte envidiable y muy pocos escrúpulos, pero la familia era sagrada; especialmente, sus hijas. Como sabía que ya estaban en edad de andar viendo quién les daba para sus dulces, sentía que era su obligación pasar más tiempo con ellas y que no se olvidaran quién era el tatascán de la casa. Bueno, también con su mujer, pero ella ya solo era «la mamá de las patojas». Reservó la Gran Estancia Gabino Gaínza con jacuzzi para ocho, climatización a base de vapores de lágrimas condensadas de San Goloteo El Grande, hilo musical Corozo-Pro (Insólitas aleluyas de los más insignes cucuruchos del Valle de Panchoy Vol. IV) y ectoplasmas de sangre de catacumbas con esencias feromonales del mismísimo prócer vizcaíno (500 $ por shola la noche + 25 % de taxes) y el viernes, al regresar de la capital, agarró camino con su mujer, las tres señitos, y Jarvis y Leocadio, sus guaruras, en dos de sus picopones.

Dado que estaba algo a pijita de la presión mediática por cómo se había convertido en flamante diputado del Congreso, Rosauro, alias Guantán, necesitaba un par de días para poderse rascar las verijas cómodamente y mantener a distancia a los pazguatos de su bancada y al resto de lacayos que mantenían a flote sus bísnes. El último camote lo había tenido con la familia del finado Curco Vein, que con todo el descaro del mundo andaban pidiéndole billete por ocupar el cargo que le correspondía al otro mula; ya muerto, no iba a poder recuperar el pisto que había quedado debiendo durante la campaña, así que lo andaban limosneando.

—Como parte de mi compromiso con el partido, estoy donando el 50 % de mi salario para la construcción de nuestra Gran Sede Nacional y ando mal de plata, pero déjeme ver cómo organizo una colecta y algo le daremos —le mintió a la viuda.

«El celular solo lo voy a usar por si me dan ganas de jugar Solitario», se dijo; prueba fehaciente de que ya se había enviciado debido al inmenso aburrimiento que le provocaba irse a aplastar al Congreso a no hacer ni pura verga. Eran casi 30 mil varas, daban buena hartazón y había chance de echarse un par de pares, eso sí, pero de ahí, full hueva, diría la Mafer. Por si fuera poco, las chavitas no muy le pasaban balón. En cuanto se instalaron, mientras su mujer y sus hijas se iban a zampar al spa, él, hombre de gustos sencillos y campechanos, se disparó medio «Grammy» encerrado en el baño, pidió una botellita de Zacapa 23, una bandeja superior de camarones al ajillo y marisco variado procedente de la hermana república de Belice, y se tiró a la cama a ver si echaban algún concierto de Los Flamers en la tele. Iba a pedir carne asada, guacamol, tortillas y gaseosa, pero no quería que le dieran color de que era un tipo común y corriente.

En esas estaba, cuando entró una de sus patojas con cara de chucha con rabia.

—¡Papa, desde anoche es trending topic en las redes sociales! —casi le gritó en la cara—. ¡Ay, no, qué vergüenza, papa! ¿Qué van a decir en Cuyotenango?

—¿Ahhhh? —El Guantán no sabía de lo que estaba hablando—. ¿Trendin qué…?

—¡Topic! 

—¡Chanfle!

En efecto, Twitter-GT estaba inundado de fragmentos de vídeo y memes donde nuestro héroe, Guantán Campeador, había sido captado en una situación comprometedora: estaba en su curul, sumido en un sueñito-goma de la gran puta, cuando allá a lo lejos oyó que alguien decía con un altoparlante: «Votación» y él se levantó de un brinco, como cuando estaba en la escuela, y casi gritó: «¡Presente, seño Betty!»; infantil acto reflejo captado con gran fidelidad por los periodistas para beneplácito de sus detractores. Lo mismo le había pasado hacía un par de semanas, que se le olvidó que estaba en su curul y de repente se empezó a cortar las uñas.

—Esas son puras babosadas e inventos de gente de otras bancadas para desprestigiarme a mí y al partido. No crean nada de eso… ¡son puros montajes! ¡Con todo el trabajo que hay que hacer para sacar al país adelante, como para andar cabeceando!

El domingo en la noche, cuando regresaron a su casa, el Guantán se puso a reflexionar y se dio cuenta de que tenía que tomar cartas en el asunto. Lo primero que hizo fue llamar al Tonatiú y solicitarle permiso formal para ausentarse unos días alegando problemas serios de salud.

«Como parte de mi compromiso con el partido, estoy donando el 50 % de mi salario para la construcción de nuestra Gran Sede Nacional y ando mal de plata, pero déjeme ver cómo organizo una colecta y algo le daremos».


—La contaminación y el acento capitalino me están provocando migrañas, cerote.

—Va, pero antes de quince días tenés que venir, Guantán. Por lo menos a hacer la casaca. Acordate que estás en la Comisión de la Mujer y los izquierdosos ya sabés cómo se ponen si ni siquiera les seguimos la corriente con esas sus mierdas de iniciativas. Pero lo más importante es que tenemos pendiente aprobar la Ley de la Inmunidad Permanente y No Revisable para los Funcionarios de Estado.

—¿Qué es esa mierda?

—¿No sabés qué es inmunidad?

—Me suena como a vacuna, fijate.

—Es para que no nos la metan por si cometemos algún fallo que la justicia considere ilegalidad —le dijo el Tonatiú con voz de locutor de los tiempos de Tatalapo y se cagó de la risa.

Pero a Guantán lo que le comía el coco era otra cosa: su imagen. Estaba seguro que los blanquitos esos que también eran diputados, no estaban más preparados que él y solo estaban ahí para salir de pobres. Sin embargo, al único que tenían en el punto de mira era a él. «Son babosadas», maldijo, agarró el celular y llamó al Popotitos, su cuñado. Platicaron alrededor de tres minutos y medio. «Por billete no te ahuevés», fue lo último que le dijo y colgó.

El día que el Guantán regresó al Congreso, pocos en la entrada lo reconocieron. El Popotitos era un estilista de renombre y su habilidad para los retoques era aplaudida por el hampa y los señores de la droga de Mazate. De tener el pelo recortado estilo hongo, pasó a tenerlo corto, estilo flap top, solo que teñido de color espiga dorada bajo el sol. El bigotío de gato de basurero y las ocho púas que le salían en la barbilla desaparecieron. Se sometió a múltiples sesiones de lifting facial que le dejaron la cara como que fuera piso recién trapeado y encerado. Se puso una especie de corsé para ocultar la timba chelera y cambió los tacuches de marimbero de don Teco por unos trajes de vestir diseñados por Jessico Man Factor, uno de los caseros del Popotitos que, según decía, lo habían despedido de Saúl E. Méndez por «visionario». Ataviado con una americana blanca, playera azul marino, pantalón con paletones, también blanco, y mocasinas corintas, Guantán Croquet se presentó en el hemiciclo.

—Uy, qué cambiado viene hoy, Rosauro —le dijo su secretaria, con ojitos pizpiretos.

—Don Rosauro, Mayrita, de ahora en adelante, don Rosauro —le contestó y escupió el palillo que llevaba entre los dientes.

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