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“Nuestros héroes”: impotentes, solos, incomprendidos

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La gran guerra de nuestro tiempo es llamada “coronavirus”. Y, como toda épica, tiene héroes que arriesgan sus vidas para salvar las de muchos otros. No obstante, hay otros villanos en este enfrentamiento, además del virus; villanos que han desamparado e ignorado el conocimiento y la experiencia de los héroes, e inclusive los han desarmado.


“Reviso el oxímetro una vez más. Ya no puedo darle más oxígeno del que ya le doy. Mi cerebro dice lo que mi corazón no quiere admitir: ’morirá’. Pero debo tomar un descanso ya. ¿Qué hora es? No puede ser… ya llevo cinco horas aquí. Mientras me dirijo hacia la salida, pienso en lo que me correspondería hacer si no estuviéramos luchando contra un virus tan contagioso: llamar a su familia para que estuvieran presentes. Pero no puedo; es muy peligroso para ellos. Mi corazón finalmente lo admite, solo para imaginarme qué haría si mi papá estuviera en esa camilla. O mi madre; no soportaría pensar que partió sola. Empiezo a apresurarme; aunque tengo hambre, solo iré al baño y regresaré con él. Me quito el casco, salgo del traje, remuevo los lentes, empañados, que han lastimado mi cara… respiro sin la mascarilla al fin, pero con miedo, porque podría estar aspirando SARS-Cov-2. Me ducho rápidamente, tomo mi uniforme naranja rápido y voy al baño. Qué alivio. Ahora de nuevo. La ducha. El traje, la mascarilla, los lentes y el casco. Casi corro. Llego a encontrar un débil latido aún. Tomo su mano… mientras pienso que ojalá el hacer esto me garantizara que, si enfermo, alguien más lo hará por mí”.

Los trabajadores de salud han estado en un recio duelo: uno llamado coronavirus. Pero las escaramuzas, las avanzadas del oponente y las batallas diarias no solo se tratan de un virus altamente contagioso, sin vacuna y sin cura, sino también de una crisis humanitaria provocada por un Estado disfuncional, una guerra de desinformación y el auto aislamiento. Esta es una mirada de cómo cambió la vida del personal de salud con la pandemia y de qué se siente estar dentro de sus trajes. Un acercamiento a sus desafíos, como la lejanía de sus seres queridos, la angustia por el posible contagio, y cómo sus voces no solo no son escuchadas por el gobierno, sino que despreciadas por la sociedad.

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El personal sanitario de los servicios públicos de Salud de Guatemala enfrentan cada día la carencia de insumos para poder realizar su trabajo durante la pandemia. FOTO: Gustavo García / CARTI

“Así es el sistema.”

Son las 9:00 a. m. del lunes y la doctora Nancy Virginia Sandoval Paiz, jefa de encamamientos del Hospital Roosevelt, enfrenta una batalla más: no hay más mascarillas N-95 para su equipo de médicos y enfermeras que atienden a los pacientes de la COVID-19. Ya llamó al administrador y reporta que no hay. No puede ser, piensa, mientras baja a donde se almacenan los insumos. Aunque no debería ser una de sus tareas ni preocupaciones como profesional clínica, no es infrecuente que realice estas excursiones a la bodega del hospital, con la esperanza de que, junto al bodeguero, encuentren una caja de mascarillas que no estaba inventariada. “Esto es lo usual cuando uno trabaja para el gobierno. Siempre hay una cantidad insuficiente de insumos, y hacemos lo que podemos con lo que hay… y cuando definitivamente ya no podemos más, nos declaramos en huelga.”

Para el 2020, el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS) tiene un presupuesto de Q8,197,157,000. Este ministerio emplea a 60 mil 475 trabajadores de salud, en su mayoría, auxiliares de enfermería. En los datos más recientes (2018) solo hay 15,965 enfermeros en todo el país. Del total de contratos públicos, solo el 11 % son médicos. Y según el Colegio de Médicos, hay 16 mil colegiados activos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha señalado en varios informes que Guatemala es el país latinoamericano con menos médicos por cada mil habitantes, apenas 3.5 por cada 10,00o. 

La proporción mínima aceptable, como recomienda la OMS, sería de 23 profesionales para atender a cada 10,000 personas. El doctor Roberto Martínez*, que trabaja en un hospital del sistema público de una de las regiones departamentales del país, calcula que cada médico atiende entre 20 a 30 pacientes y que hay entre 3 y 4 enfermeras para ese mismo grupo. Según él, una atención ideal sería que cada médico le diera el seguimiento a 3 pacientes.

La doctora Alejandra Estrada, que también ha trabajado para el sistema de salud pública,  y ahora lo hace en el ámbito privado, coincide en que es muy difícil ayudar a las personas cuando no hay recursos en el hospital. Por ejemplo, se les saca sangre para hacer pruebas, pero llegan al laboratorio a descubrir que no hay reactivos. O pacientes que lloran de dolor y no hay ningún analgésico que darles, así que los envían a la farmacia a comprar una ampolla o por yeso porque no hay en Traumatología. Parte de adaptarse a ese sistema, es “madrugar el carrito de curaciones” para obtener la medicina que necesitan los pacientes internados antes de que se acabe y “aprender a ser frío”, ayudando hasta donde se pueda. No obstante, esa “frialdad” a veces se quebranta, cuando se topan con pacientes que no pueden pagar siquiera los exámenes o los medicamentos, y los doctores deciden contribuir con su propio dinero. Inclusive, aunque estén trabajando sin paga o a la espera de cobrar un sueldo acumulado durante varios meses. 

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Cada día hace falta algo en los hospitales. Cada día los médicos deben revisar si queda algún insumo no inventariado en las bodegas para poder utilizarlos. FOTO: Gustavo García / CARTI

Aunque el doctor Martínez entiende que así son las condiciones de trabajo para el gobierno, “me tiene mal que hayamos normalizado el maltrato laboral por parte del gobierno. No puede ser que no exijamos un salario puntual por el trabajo que hemos realizado por temor a ‘volvernos problemáticos’”. Si bien ahora él tiene un contrato 011, como personal permanente del gobierno, y el MSPAS le ha pagado a tiempo, varios de sus colegas en los hospitales temporales y otros, en los nacionales, no han recibido contratos, mucho menos, salario. Entre esos contratos, ya estipulados en las clasificaciones presupuestarias para el sector público, existen figuras como el contrato 021, el de “personal supernumerario”, contratados solo con un sueldo base para labores temporales. O también el 182 y el 189, que son “honorarios prestados al Estado con carácter estrictamente temporal y sin relación de dependencia” y, en último caso, el 021, el 022 y el 031, que consiste en “retribuciones por servicios, cuyos pagos son por día o por hora”. Es decir, el Ministerio de Finanzas Públicas cuenta con los mecanismos legales necesarios para contratar y pagarle al recurso humano necesario para la pandemia, pero no lo ha hecho.

El personal designado para trabajar en el hospital temporal Parque de la Industria, ha manifestando la falta de contratos y de pago desde el 23 de marzo, sus labores iniciaron tan solo 10 días después del primer brote de COVID-19 en Guatemala. Al 2 de julio, 54 enfermeros y técnicos no habían firmado contratos laborales. Y otras 206 personas, ya con contratos de los renglones 182, 189 y 36 no habían recibido el pago de su salario. Dicho personal ha manifestado que el departamento de recursos humanos no les da explicaciones, los deja en espera y no soluciona nada a su favor, no les ofrecen ningún respaldo si llegan a enfermarse, e inclusive, como indicaron algunos médicos para este reportaje, una supervisora les ha dicho que habrán fracasado como personal de salud en caso lleguen a contagiase. Más de un mes después, el 21 de agosto, la viceministra administrativa del MSPAS, Nancy Pezzarossi, afirmaba en conferencia de prensa que “solo” quedaban pendientes de pago 38 personas de ese hospital. Esa fue la respuesta por parte de las autoridades de salud ante el informe de la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH), en el que se constató que había 55 médicos generales, 20 internistas y de otras especialidades y 68 auxiliares sin contrato, así como 66 médicos, enfermeros y terapistas respiratorios que todavía no habían recibido su pago a inicios de agosto.

¿Pero esta situación se debe a la falta de fondos? Para nada. “En total se aprobaron Q1,196 millones para el fortalecimiento de las capacidades sanitarias”, como explica un informe del Centro de Investigaciones Económicas Nacionales, (CIEN).  Esta fue una readecuación presupuestaria aprobada por el Congreso de la República desde el 25 de marzo, de urgencia nacional, y bautizada como la “Ley de emergencia para proteger a los guatemaltecos de los efectos causados por la pandemia coronavirus covid-19”. Además se aprobaron Q800 millones para el MSPAS: Q700 millones para infraestructura, equipamiento e insumos hospitalarios y Q100 millones para laboratorios y pruebas para detectar COVID-19. Luego, el 5 de abril, en el Decreto número 20-2020, se aprobaron Q396 millones adicionales, de los cuales Q370 millones son para la compra de ventiladores, pruebas, equipo y trajes de protección y Q26 millones para el pago de bonos de riesgo al personal de salud. 

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A pesar de las múltiples readecuaciones presupuestarias realizadas por el Congreso de la República, los servicios públicos de salud no ven reflejado en compra de insumos el dinero destinado para apoyo de su trabajo. FOTO: Gustavo García / CARTI 

El viernes 21 de agosto, la viceministra Pezzarossi también aseguró que han ejecutado el 40 % del presupuesto, que contrasta claramente con informes de la diputada Andrea Villagrán, de la bancada BIEN (Bienestar Nacional), en los que se verifica que el MSPAS ha ejecutado un 27.9 % del presupuesto anual y solo el 19.31 % del presupuesto asignado a los hospitales para enfrentar la crisis sanitaria.

La doctora Sandoval cuenta: “a la gente le podría parecer superficial, pero yo estaba feliz el día que supe que teníamos mascarillas con filtro 100 para todo el personal durante más de tres semanas. Eso significaba que, durante 23 días, voy a tener un filtro 100 y no tendré que estar estresada viendo dónde consigo”. Por supuesto, ello implica que, aunque hay momentos en los que hay suficientes recursos, duran poco y entonces la falta de insumos es causa de un estrés constante que, tanto los médicos del sistema de salud, como ella, siendo presidenta de la Asociación Guatemalteca de Enfermedades Infecciosas, le han explicado al gobierno desde antes de la crisis: esa no debería ser una preocupación de los profesionales clínicos. 

Y a pesar de que saben que enfrentarlo parece ser parte irrenunciable de su trabajo, afirma que “ahora [en los hospitales temporales] es distinto, no puedo ni imaginarme el enfrentar todo esto sin que me paguen”, además del hecho que esos “hospitales fachada del gobierno”, como los describió Roberto, han debido afrontar la crisis prácticamente sin insumos.

Estos doctores hacen eco de un fenómeno que la prensa ha estado reportando desde que empezó la pandemia en Guatemala. El personal de salud de los hospitales temporales se ha manifestado continuamente por la falta de pago, de protección adecuada e insumos. Esto es lamentable porque, además de las disposiciones presidenciales y del Estado de calamidad que limitó la movilidad desde el extranjero, interdepartamental y municipal, dichos hospitales son la medida de respuesta de la que más se ha hablado el presidente del ejecutivo, Alejandro Giammattei. 

Asimismo, resalta la creación en mayo de la Comisión Presidencial de Atención a la Emergencia covid-19, Coprecovid, cuyo objetivo es facilitar y coadyuvar las acciones conjuntas de los ministerios de Salud, Trabajo, Desarrollo Social y Agricultura para prevenir, contener y mitigar la pandemia. Dicha comisión ha estado a cargo del doctor Edwin Asturias que, al inicio propuso medidas funcionales según la experiencia de otros países, pero que, en los últimos meses, ha promovido una reapertura económica. 

Este hecho también lo confirma la doctora Sandoval, porque en los primeros meses, caracterizados por la cuarentena total y obligatoria, el gobierno sí escuchó las recomendaciones de la Asociación Guatemalteca de Enfermedades Infecciosas pero, desde julio, cuando la Asociación desaconsejó fuertemente la reapertura, fue ignorada.

El fracaso de la implementación de medidas para prevenir y tratar con la pandemia también se ve en el número neto de camas, incluso después de las que se agregaron en los hospitales temporales. El último dato es de 2014 y se registraban 10,115 camas. “El número de camas aumentó en alrededor de 700, para un total de 10,815 camas, es decir, 0.64 camas por cada mil habitantes, cifra incluso inferior a la de 2014. Como referencia, a nivel mundial, los países de ingresos bajos tienen en promedio 1.24 camas por cada mil habitantes y los países de ingresos altos 4.82 camas por cada mil habitantes”, según la OMS.

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El presidente Alejandro Giammattei llamó “Héroes” a los médicos que enfrentan la pandemia. Sin embargo, a muchos les adeudan sus salarios, congelados desde el inicio de la pandemia de la COVID-19. FOTO: Gustavo García / CARTI

Lo que pudo ser

Se le atribuyó esta ineficacia para distribuir los fondos y los recursos al ex ministro Hugo Monroy que, después de reemplazar siete de sus viceministros (2 de ellos por ser denunciados por la Comisión Presidencial contra la Corrupción), él mismo tuvo que ser destituido. Este proceso ocurrió por la presión social y por la del PDH, Jordán Rodas, y no necesariamente por acción del presidente que luego recompensó al ex ministro con un puesto dentro del gobierno. Monroy también había sido candidato a diputado por el partido oficial, pero no logró suficientes votos.

Así, el presidente Giammattei tampoco parece estar preocupado por respaldar activamente al personal médico. Se ha limitado a expresar, en las cadenas televisivas nacionales, como una realizada el 3 de mayo, que “los hombres y mujeres que trabajan en la salud pública son nuestros héroes”. El mandatario también le pidió a la población aplaudirles y darles las gracias por arriesgar sus vidas, “lo más sagrado que tienen”. Palabras que respaldan lo que los médicos narran día a día. 

La doctora Karin Slowing Umaña, salubrista de carrera y también ex directora de Segeplan (Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia), contextualiza el terrible manejo de la pandemia por parte del gobierno de Giammattei afirmando que sí, que el sistema de salud necesita un remozamiento profundo y que esta crisis evidencia el fracaso del sistema.

O como lo dijo la doctora Nancy: “la pandemia desnudó un sistema de salud fallido”. 

Asimismo, explica Slowing, es entendible que se trataba de un gobierno que había tomado posesión recientemente, e implicaba un cambio casi completo de los funcionarios, además de que estaban trabajando con un presupuesto aún no aprobado.

No obstante, incluso con estas consideraciones, la experta afirma que la pandemia se pudo haber gestionado mejor, tanto epidemiológica como administrativamente. Se pudo haber planificado la capacidad de respuesta, y ya sabiendo cómo son los procesos de contratación del Estado, haber comprobado cuánto personal se tenía y cuánto le hacía falta para contratarlo desde marzo, y si era necesario, incluso solicitar profesionales extranjeros. Desde entonces, también se pudo haber iniciado las licitaciones para el equipo de protección, compras internacionales para medicamentos y pruebas y “eliminado los mecanismos de cuello de botella  para las licitaciones y compras”. Inclusive, fortalecer el Departamento Nacional de Vigilancia Epidemiológica, que es uno de los más débiles del MSPAS, pero que se hubiera fortalecido haciendo alianzas con profesionales preparados que viven en el país. 

También, dice, se pudo haber fortalecido el Laboratorio Nacional de Salud, para que estuviera preparado para el procesamiento de tests, porque “la única forma de controlar una epidemia, según estudios globales, es masificar las pruebas, a lo que este gobierno se ha resistido. Principalmente, se nota la ausencia de un protocolo nacional para el tratamiento de la enfermedad, que sí es necesario para unificar el criterio, si bien se adapte o complemente a las condiciones de salud de cada paciente”.

Slowing señala que aun con las deficiencias del sistema, pudieron planificar el aumento de la respuesta ante la pandemia al habilitar centros de atención para casos leves y moderados y el número de camas disponibles a través de “micro encamamientos” en el segundo nivel de atención.

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A pesar de las circunstancias, los médicos intentan mantener una actitud positiva al trabajar diariamten en los hospitales públicos. FOTO: Gustavo García / CARTI

Héroes de la indiferencia

En mayo el Congreso intentó dar un respaldo a los trabajadores del sistema de salud, con la aprobación del “Bono riesgo” de Q870, pero solo para los renglones de contratos 011, 021, 022 y 031, lo que excluyó a las personas contratadas para los hospitales temporales de covid, que están en los renglones 182 y 189. A los médicos entrevistados les parece claramente insuficiente, porque “siquiera una prueba de antígeno cuesta alrededor de Q400” y el resto tendría que utilizarse para unos cuantos medicamentos, bajo el supuesto que fuera solo un contagio leve o moderado. Y no hay garantías de disponibilidad  de atención hospitalaria en casos graves. 

Así se fortalece la narrativa de los trabajadores de salud, “nuestros héroes”: para ellos el Estado no existe, a pesar de que hace préstamos millonarios a su favor. Héroes que son dejados solos ante la lucha contra el virus, sin el marco institucional y estatal que les asegure una victoria con menos bajas. Los mismos salubristas lo expresan mejor en una carta de despedida que escribieron para el doctor Óscar Hernández, que falleció por COVID-19 luego de trabajar tres meses en el hospital Parque de la Industria (en los que, por cierto, no le pagaron):

“…te llaman héroe y te dedican un libro negro con letras doradas; aquellos que nunca aparecen, aquellos que nunca están, aquella sin conciencia, aquellos a quienes nunca importamos. (…) la indiferente corrupción, aquella que nos asfixia, aquella que nos lacera, la misma que de lejos nos ve enfermar, pero reaparece con descaro al verte morir para salvaguardar la apariencia, pensando que con eso se lavan la cara, pero llevan tu sangre en sus manos y no importa cuánto la restrieguen, las palabras serán las mismas: corrupción, indiferencia, abuso y mediocridad, por eso están, por eso brilla..”

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En las bodegas se buscan insumos necesarios para el trabajo diario en los servicios de salud pública. FOTO: Gustavo García / CARTI

“Mi familia era la que me ayudaba a soportar las frustraciones diarias.”

“Es que, ¿sabe? Nosotros ya conocíamos el sistema. Sabíamos que los primeros tres meses del año no nos pagan y que hay que ahorrar para sobrellevarlos, por ejemplo. Pero yo siento que era mi familia la que me ayudaba a soportar las frustraciones diarias, las carencias… llegaba a casa y me desahogaba con ellos; recibía sus abrazos. Ahora, ni eso tengo. No veo a mis papás desde marzo, cuando todo empezó.”

Además de las mascarillas, los lentes, las caretas, los trajes de propileno, el auto aislamiento también es una pesada medida de protección que los trabajadores de salud se han impuesto. Preocupados por el bienestar de los que aman, dos de los tres médicos entrevistados han decidido vivir solos el tiempo que dure la pandemia. Nancy sí vive con su hermana, pero procuran estar tan distanciadas como sea posible, hasta comiendo en los lados opuestos de la mesa del comedor. Mantienen el contacto con sus familias a través de llamadas y videollamadas o solo pasando en las calles en las que viven, como Alejandra, que hace las compras de sus padres y las deja en la puerta de la casa, o la jefa de enfermeras que trabaja con Nancy, que pasa en su moto frente de la casa de su madre y, para que ella sepa que está allí y salga a la ventana a responder su saludo, le bocina desde la calle. 

Pero dicho auto aislamiento solo es posible en algunas condiciones económicas y familiares privilegiadas y están conscientes de ello. Para una colega de la doctora Sandoval, quizá la parte más difícil de su turno es hacer el menor ruido posible cuando llega a casa para que su hija pequeña no la escuche. ¿Cómo explicarle que no puede abrazarla porque aún no se ha bañado? ¿Cómo negarle un abrazo si ella corre a sus brazos en cuanto la ve? Ahora, el amor se ve como entrar de puntillas al hogar, porque la posibilidad de ser un agente de contagio es una pesadilla constante. 

Es pesadilla no solo el hecho de contagiarse ellos mismos, sino porque, casi inevitablemente, ello implicaría contagiar a alguien cercano. Y es constante, porque les asfixia siempre, tanto o más que el traje de protección que limita su respiración. No dejan de pensar en el pequeño error del protocolo de higiene que podría costarles la vida. Si bien saben que el 80 % de los pacientes serán un caso leve, es como una ruleta rusa en la que no se tienen certezas. Es quizá hasta que se enferman que se descubren las comorbilidades [coexistencia de enfermedades], los factores que, aunados a la pandemia, pueden ocasionar la muerte. Así es como varios doctores han perdido colegas, y no solo colegas de algún punto de la carrera o el ejercicio médico, sino que familiares con los que compartían profesión.

A lo mejor, el contagio ocurriría a través de una rendija no cubierta entre el casco y la mascarilla. Tal vez porque no se lavó lo suficiente las manos al salir a almorzar. O quizá porque se arriesgó a quitarse la careta porque un paciente enfermo no lo entendía. Porque, contrario a lo que la gente suele criticarles, los médicos están muy conscientes de que deben protegerse. Tanto es así que muchas veces, especialmente durante los turnos en la emergencia, prefieren entrar sin desayunar, no salir al mediodía o no tomar agua para no tener que salir al sanitario; primero, porque muchas veces no pueden descuidar a los pacientes y, segundo, para reducir la posibilidad de un descuido al salir, quitarse el traje de protección, bañarse, cambiarse y volver a hacerlo a la inversa para entrar.

Al 31 de julio, el Colegio de Médicos y Cirujanos de Guatemala contaba 33 médicos fallecidos en el país a causa del coronavirus, entre el sector público y el privado. Además, al 12 de julio el MSPAS reportaba 1,169 contagios del personal de salud, entre médicos, enfermeros, técnicos, administrativos y otros. Pero para los trabajadores de salud, estas muertes no son cifras: fueron compañeros de trabajo, de estudio o de residencia [práctica hospitalaria]. Y aunque no lo hubieran sido, el dolor consiste en saber que esas personas luchaban de la misma forma contra el mismo enemigo invisible y compartían su vocación. Aun más, la impotencia de saber cuánta falta le hacen al sistema más de estos profesionales, como para tener que seguir sin su conocimiento y experiencia. 

Nancy narra que, cuando los doctores salen de las áreas rojas de COVID-19 del hospital, después de asearse y cumplir con los protocolos, es común verlos tomar dos botellas de agua seguidas. No solo es la deshidratación que sufren por el  traje, sino también el clima caluroso, especialmente en hospitales departamentales, como en el que trabaja Roberto. Con la COVID-19 esto es aún peor, porque no pueden encender el aire acondicionado en las salas aisladas para impedir la transmisión del virus al resto del hospital. Muchos, después de hidratarse, buscan algún atol o café que los sustente, porque no saben cómo sus cuerpos podrían digerir la comida y si eso implique ir al baño, y tener que cambiar sus equipos de protección.

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Sin el equipo de protección adecuado, el personal de salud corre riesgo de contagio al atender a decenas de pacientes infectados de coronavirus. FOTO: Gustavo García / CARTI

Al escenario de incomodidad y negación diaria durante varias horas, a las doctoras se les añade un desafío más: la menstruación. Si de por sí es un proceso biológico invisibilizado en la sociedad y el mundo laboral… ¿cómo estoy pendiente de las necesidades de los pacientes cuando siento dolor en mi propio cuerpo por los cólicos? A diferencia de mis colegas, no puedo dejar de ir al baño durante el día, lo cual aumenta mi estrés por cumplir estrictamente los códigos de protección y reduce mi tiempo.

Pero, para la ansiedad, parece ser que las extremas medidas que toman no son suficientes. Los doctores reportan que tienen problemas al dormir, ya sea insomnio o el despertarse súbitamente en la noche. Quizá sintiendo un leve dolor de garganta, y cómo ello los hace pensar frenéticamente en el contagio, en si deben hisoparse, y qué pasaría si dieran positivo, o peor aún, si no sobrevivieran el virus. El miedo, para ellos, que diariamente lo ven reflejado en los ojos de los enfermos, es una constante. El miedo también es contagioso.

Guatemala ha superado los 73,679 contagios de COVID-19, siendo el segundo país con más contagios de Centroamérica. Y, con más de 2,700 fallecidos, es el país con más muertes netas de la región, aun más que Panamá, que registra aproximadamente 20,000 contagios más. Por ende, también la tasa de letalidad es la más alta. No obstante, lo más preocupante es que todos estos números podrían ser mayores en realidad, porque no se realizan suficientes pruebas. 

El doctor Asturias ha recomendado que el país debería hacer un mínimo de 5,000 pruebas diarias y nunca, a lo largo de cinco meses de pandemia, se ha llegado a ese número. La misma Coprecovid ha dicho que deberían hacerse más tests, no para diagnosticar enfermos, sino para rastrear los contagios y “encajonar el virus”. Esto se logra aumentando la proporción de pruebas por caso, que actualmente está en 3.8 y descentralizándolas, porque el 54 % de ellas aún se hacen en el departamento de Guatemala. No hay estrategias seguras para el manejo de la pandemia, una que permitia una reapertura adecuada para el país. Una que ha sucedido desde la última semana de julio, sin tomar en cuenta las verdaderas cifras de contagio registradas por el mismo tablero monitoreo de COVID-19 y que las autoridades han presentado como una supuesta “tendencia a la baja”.

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Una doctora se muestra con ánimos durante una larga jornada de trabajo en el Hospital Roosvelth. FOTO: Gustavo García / CARTI

“Es que no hacen suficiente. No hacen bien.”

En tanto, a los médicos también los acusan de no protegerse lo suficientemente bien. “Es su culpa si se contagian. ¿Por qué no usan más protección, pues?”, como les increpan los comentarios en redes sociales. Así que su salud mental, además de los retos directos por parte del coronavirus, debe lidiar con una sociedad prejuiciosa. 

Estos prejuicios de desinformación también se manifiestan en cuanto a los protocolos de tratamiento que utilizan. Debido a la masiva difusión de videos de otros “doctores” que prometen curas mágicas o ponen en duda el manejo de la Organización Mundial de la Salud, OMS, hay personas que, sin haber estudiado medicina, se titulan con la autoridad de decidir qué deberían o no hacer con la enfermedad. Esto deriva en que, como contaba la doctora Alejandra Estrada, cuando se contagian, empiezan a automedicarse con los cocteles medicinales de internet. Algunos la llaman solo después de tomarse blisters enteros… para quejarse que sienten que no les ha hecho efecto. O aún peor, toman ivermectina, por ejemplo, que puede conducir a un fallo hepático, y llegan demasiado tarde al hospital, como narra Roberto.

Por supuesto, este no es el único país que debe lidiar contra la desinformación. La OMS viene advirtiendo desde febrero en contra de las cifras infladas de la pandemia que algunos portales de internet promueven, así como de recetas generalizadas o de medicamentos “innovadores”, como el cloro, que son promovidas por charlatanes que se aprovechan de la crisis para lucrar. Por lo tanto, la OMS ha solicitado a los motores de búsqueda de internet que prioricen la información de fuentes verificadas y confiables. Aunque el problema sigue siendo que los bulos circulan por WhatsApp, y no solo son imposibles de regular, sino que van contextualizados en teorías de conspiración que, a través del miedo, incluso logran desacreditar a la OMS.

En Guatemala, la automedicación es un fenómeno que aún no se controla, provocado por la falta de educación y de accesibilidad a los profesionales de la salud, pero también exacerbado por el exceso de información de internet. Por ello, la labor de estos profesionales no solo es medicar, es acompañar y educar al paciente, “el plan educacional”, como ellos lo llaman. El problema es que la pandemia los tiene sobrecargados de trabajo al punto que no solo casi no tienen tiempo para educar al paciente ni para comunicarse con su familia, sino que también deberían estar presentes en esta guerra constante de información, en la que hay que evidenciar cada noticia falseada e informar a una sociedad. 

¿Será posible exigirles que, entre turnos agotadores, tanto física como mentalmente, inviertan tiempo en las redes sociales para desmentir curas “mágicas” peligrosas o para recibir críticas que no hacen suficiente o no hacen bien? Si bien son los profesionales indicados, podrían hacerlo si existiera la cobertura necesaria de médicos para el país y la crisis, pero no en las condiciones actuales, en la que inclusive estudiantes y doctores de otras especialidades han tenido que atender a la emergencia, como afirma el doctor Martínez.

Además de la desvalorización de la profesión médica como estigma, también existe uno en el que los trabajadores de la salud son vistos solo como focos de contagio. Si bien es comprensible el miedo y el riesgo de contagio para las familias es real, las personas no saben que, en primer lugar, antes de salir del hospital, ellos se asean y cambian de ropa. En segundo lugar, se requiere de mayor cercanía que la vecindad para que ocurra el contagio. Muchos de ellos prefieren salir del hospital con ropa normal, para no delatarse. Y evitan todo lo posible que sus vecinos sepan en qué trabajan. Eligen ir de incógnito en la vida, como afirma el colega radiólogo de Alejandra. Ella misma dice, con un dejo de ironía, cómo una vecina está atenta a la hora que ella llega del hospital y, luego de que pasa enfrente de su casa, sale a limpiar la acera con la manguera. Evidentemente, no todo es irónico, sino es triste: a un colega de Nancy, no le permitieron entrar a un supermercado porque llevaba su traje de doctor, por más que explicó las medidas de protección que toma. Un enfermero le contó a Roberto que, cuando va al mercado, los vendedores no quieren atenderlo, y si lo hacen, “hasta le han tirado los aguacates al suelo, con tal de no tocarlo” y él debe dejar el dinero sobre otra superficie.

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“En realidad, la batalla más fácil es contra el virus…”

“Porque al virus ya lo conocemos. Lo más difícil es pelearse con el sistema por insumos”, retoma la presidenta de la Asociación Guatemalteca de Enfermedades Infecciosas. Aunque el SARS-CoV-2 es una cepa nueva y en constante evolución, por lo que no se tiene toda la información, los médicos y epidemiólogos pueden aplicar procedimientos que han sido exitosos en otras enfermedades. Sin embargo, ¿cómo vencen la burocracia e inoperancia de un Estado que no los respalda? ¿Cómo superan un empleador que los contrata, pero no les paga ni les provee insumos ni protección, y les ofrece un “bono de riesgo” risible, o por otro lado, empleadores privados que se niegan a ayudarlos o tratarlos si se contagian? ¿Cómo continúan sirviendo a las personas más allá de la incomodidad física, un punto de quiebre en su salud mental y emocional, del alejamiento de sus seres queridos? Y, como si fuera poco, ¿por qué deberían soportar los prejuicios y la enajenación de una sociedad que no escucha sus argumentos y desprecia su preparación profesional?

Los trabajadores de salud son héroes, sí. Pero que no lo sean porque son incomprendidos. Sino porque sacrifican sus vidas para salvar las nuestras. Y el que lo sean no debería ser excusa para que los abandonemos en la lucha que libran en contra de la pandemia. Su poder para vencerla provendrá de una sociedad consciente e informada, que sigue sus indicaciones y se protege, pero que también exige un Estado que cumpla sus obligaciones para con ellos.


*Roberto Martínez es un seudónimo para resguardar la identidad del entrevistado.