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Pablo Xitumul, el juez que se niega al exilio en tiempos oscuros

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En días turbulentos, Pablo Xitumul se niega a pensar en el exilio. El juez maya achí que resguarda una larga lista de militares sentenciados por delitos de lesa humanidad, está suspendido mientras solventa un proceso legal en su contra. Aunque hay quienes quisieran verle perder su toga, él aprovecha los días alejado del juzgado para formar su  propia banda musical y terminar su tesis doctoral. 

Un pájaro así no se ve todos los días en Ciudad de Guatemala: ojos negros, pico amenazante, cabeza oscura, garras gruesas y amarillas, plumaje gris azulado –claro y jaspeado en el pecho– y largo como un palo de escoba cuando extiende sus alas. Así era el pajarraco que la mañana del 13 de julio de 2021, un martes, se plantó en la cornisa del nivel 13 de la Torre de Tribunales, en pleno centro de la capital de Centroamérica.

Aquella mañana, el inusual visitante estuvo dos horas posado frente a una sala de audiencias en la que estaban juzgando por extorsión a 44 pandilleros de una clica de la pandilla Barrio 18 llamada Solo Para Locos. Pasaba un testigo y daba su testimonio; pasaba un perito e ídem. Pero fue aquel ave extraordinaria la que se robó la atención de imputados, custodios, abogados, periodistas y, sobre todo, la de un hombre que jamás olvidará aquel día: el juez Pablo Xitumul. Sentado al fondo de la sala con su toga negra con detalles rojos, le costaba dejar de mirarla. 

—¡Aquello fue una señal! –dice Xitumul nueve meses después, cada palabra acentuada por una emoción desmedida teniendo en cuenta que es un hombre acostumbrado a juzgar a asesinos, a corruptos, a genocidas.

Xitumul está convencido de que fue una bendición que aquel pajarraco, entre los edificios incontables de la ciudad, eligiera la cornisa frente a su tribunal. Y su convicción de que no fue una mera coincidencia la refuerza en su pertenencia al pueblo maya.

—¡Un águila en mi tribunal! Fue impresionante. Hasta detuve la audiencia para tomarme fotos con ella –dice mientras muestra con orgullo superlativo las fotos y hasta un vídeo que elaboraron los periodistas del canal TN23, que atesora en su celular.

«¡El águila estuvo llegando durante dos semanas a mi ventana! –dice Xitumul–. Y fue para las fechas en las que Cony Porras sacó del Ministerio Público al fiscal Sandoval. Días difíciles», Pablo Xitumul.

La razón por la que Xitumul da un significado especial a aquella visita es su nahual. En la cosmovisión maya, el nahual representa el espíritu guardián que acompaña a cada ser humano desde que nace. Hay 20 nahuales distintos que se asignan según la fecha de nacimiento, y cada nahual está asociado a un animal, un guardián anclado a la energía propia de cada hombre y mujer. 

El nahual de Xitumul es Tz’ikin; y el animal protector con el que más se asocia es el águila, aunque puede ser cualquier ave.

Aquel pájaro de garras gruesas y amarillas al que el juez llama águila, era en realidad un Falco peregrinus, un halcón peregrino, el animal más veloz del mundo: cuando se lanza en picada para cazar se convierte en un proyectil que puede alcanzar los 350 kilómetros por hora. Es la única especie de la familia falconidae que se adapta a las urbes. En Guatemala, son relativamente comunes en las costas del Pacífico y en los valles del Altiplano, y desde 2010 alguna que otra se ha dejado ver en la capital, explica Andrea Martínez, bióloga especializada en ornitología.

Xitumul utilizó, por más de un año, como foto de perfil en Whatsapp el halcón que se posó frente al tribunal que dirigía aquellos días pero que ya no: desde el 22 de marzo de 2022 fue suspendido como juez. Esa foto del halcón estaba acompañada con una minibio autocomplaciente: “Humilde, firme, digno, con carácter y q”.

—¡El águila estuvo llegando durante dos semanas a mi ventana! –dice Xitumul–. Y fue para las fechas en las que Cony Porras [Consuelo Porras, Fiscal General de Guatemala] sacó del Ministerio Público al fiscal Sandoval [Juan Francisco Sandoval, fiscal anticorrupción]. Días difíciles… hasta escribí un poema que titulé ‘Ojaracla’. Luego me pregunta qué significa…

El juez Xitumul (al centro) dirigiendo en 2018 una de las audiencias del juicio contra Benedicto Lucas García y otros cuatro militares de alto rango acusados de desaparición forzada en el caso Molina Theissen. (Foto: Edwin Bercián)

Xitumul es lo que en Guatemala se conoce como un juez de mayor riesgo, y lo es desde el año 2011. Los jueces de mayor riesgo son togados excepcionales –sólo hay seis juzgados de ese tipo en el país– ideados para procesar a la crema y nata del crimen organizado: desde líderes de la Mara Salvatrucha o de la 18 hasta narcotraficantes que mueven cocaína por toneladas, pasando por redes de corrupción enquistadas en el Estado y perpetradores de delitos de lesa humanidad durante la guerra civil.

Xitumul, de hecho, ha cosechado notoriedad como juzgador de militares. 

Su nombre completo es Pablo Xitumul de Paz. Hoy es el último viernes de marzo de 2022, y está en su despacho de la Torre de Tribunales, en el mismo nivel donde tuvo el encuentro con el halcón. Xitumul mide poco más de metro sesenta, es moreno de piel, de mirada seria y con el pelo recortado, domado con gelatina y peinado a un lado. Con pasos cortos y acelerados se desplaza por los pasillos de la Torre, escoltado por tres hombres que no se le despegan.

Por vanidad prefiere guardarse su edad y, por seguridad, también el nombre de la aldea del municipio de Rabinal, en Baja Verapaz, en la que nació y aún vive su madre. Xitumul es el cuarto de los ocho hijos que criaron Alicia de Paz y Mateo Xitumul.

En las paredes de madera de su despacho cuelga de una percha su toga negra con detalles rojos que lo vio en acción en el tribunal por años. No es habitual observar a Xitumul sin ese saco holgado con mangas que casi le cubren las manos y su corbata roja. 

La toga que acompañó a Xitumul en decenas de procesos penales frente al Tribunal de Mayor Riesgo se mantiene colgada en una pared de su oficina durante su suspensión. (Foto: Oliver de Ros)

Esta mañana viste informal: pantalón de lona, camisa polo blanca, gorra roja y tenis. La Corte Suprema de Justicia lo suspendió de su cargo hace un par de días, para que se defienda en un proceso penal en su contra por una denuncia de un inspector de la Policía Nacional Civil, que lo acusa de abuso de autoridad por un altercado ocurrido el 2 de febrero del 2019. 

El mismo día que Xitumul fue suspendido, la también jueza de mayor riesgo Erika Aifán optó por exiliarse en Estados Unidos, por miedo a ser encarcelada. A ella la comenzó a perseguir un grupo de magistrados por autorizar en 2020 diligencias en su contra por estar acusados de amañar las elecciones de la máxima autoridad judicial del país. 

Los NetCenters, creados para destruir reputaciones, anunciaron que Xitumul sería el próximo en irse de Guatemala: sin embargo, él luce sereno, despreocupado. La idea inicial es arrancar la plática hablando sobre la crisis judicial del país, sobre la posibilidad de su exilio, sobre su caso.

Se mueve de un lado a otro en su silla de rodos, mientras busca un fólder. “Aquí está, lo encontré –dice–; mire, estas son mis canciones inéditas y más recientes; con esto de la suspensión me he dedicado a desempolvar mi teclado y mi guitarra, y también voy a terminar mi tesis para el doctorado en Derecho; si no puedo ejercer como juez, voy a aprovechar mi tiempo”. 

—Mi estilo es como el de Ricardo Arjona, y la coincidencia es que cuando él daba clases en la Zona 18, yo las daba en Zona 19, en una escuela de la colonia La Florida. Fui maestro de música antes que abogado.

En un viernes de marzo del 2022 Xitumul interpreta una de las más de 100 canciones que ha compuesto con la guitarra que desemplovó al ser suspendido por la Corte Suprema de Justicia. (Foto: Oliver de Ros)

—¿Cree que sus canciones se parecen a las de Arjona? 

—Por ahí va mi estilo. Se asemejan, pero no con la calidad que Arjona tiene. Yo hago más canciones de protesta, canciones al amor, a la vida, a la amistad, al padre, a la madre, a los niños… Tengo no menos de 500 canciones escritas que he comenzado a rescatar en estos días.

Xitumul tira sobre la mesa una hoja de cotización de instrumentos mientras cuenta que lo primero que hizo al enterarse de que sería apartado de su tribunal fue cotizar micrófonos, una batería, un teclado nuevo y una computadora. 

Quiere formar con viejos amigos una banda para amenizar fiestas de 15 años, bodas y bautizos.

—No hay fecha para retomar el grupo, pero comenzamos a ensayar en diciembre, en un convivio en el que se me ocurrió cantar ‘Flor pálida’, de Marc Anthony. Cantamos otro par de canciones y nuestras familias aplaudiendo y cantando –dice un Xitumul radiante.

—Y aparte de Arjona, ¿cuáles son sus influencias musicales? 

—El Grupo Miramar, el Buki, Bronco, Los Ángeles Negros, Juan Gabriel, Camilo Sesto, Vicente Fernández… Cuando Chente murió, yo estaba en un restaurante y vi en televisión que su hijo Alejandro le cantaba y lloraba, y ahí comencé a escribir en una servilleta una canción a los artistas que han fallecido. Inicia más o menos así: “Zamacona (cantautor del grupo “Los Yonics”), el reloj marcó las seis, botas de charro, no te has ido, sigues siendo el rey”.

Xitumul se arranca a cantar a capela la letra que escribió para homenajear a cantantes que admira y que fallecieron. Su voz inicia con tonos suaves y se robustece cuando termina cada verso. Le hace falta práctica, dice, pero lo cierto es que pocas veces pierde el tono. 

Rabinal, en Baja Verapaz, fue de las zonas más afectadas por el conflicto armado en Guatemala. Según la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, en Rabinal se registraron 34 masacres en los 17 meses de gobierno de Ríos Montt. En la imágen la comunidad Panquix, cerca de la represa de Chixoy en Río Negro. (Foto: Oliver de Ros)

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Un día de 1981, en los años más duros de la represión durante la guerra civil, el joven Xitumul viajó desde su aldea a la capital junto a Alicia, su madre. Creyó que sería un viaje más para visitar a un hermano mayor que vivía en Mixco, uno de los municipios del área metropolitana. Para su sorpresa, su madre decidió dejarlo con su hermano, por temor a lo que el Ejército pudiera hacer en Baja Verapaz.

—Cuando estudiaba la primaria, en las tardes veía aparecer a los militares entre los palos de mango; entraban en las casas y preguntaban por la guerrilla, pero ya lo más grueso, lo más violento, no lo viví porque mi madre me sacó de Rabinal –dice cuatro décadas después. 

Como no quería ser una carga para su hermano, buscó trabajo y el primero que le salió fue en una carpintería en la colonia Belén, en la Zona 7 de Mixco. Su labor era básicamente llevar al hombro pesadas trozas de madera y colocarlas en la mesa del maestro y, al final de cada jornada, limpiar virutas y aserrines. Ganaba siete quetzales en una semana. 

—En marzo de 1982 comencé a buscar dónde estudiar porque hacía tres años que había terminado la primaria. Llegué al portón del Colegio Evangélico Mixto Peniel, hablé con el director, un tipo moreno y grandulón, y me dijo que ya llevaban dos meses de clases. Yo le prometí que me iba a poner al día, y aceptó. Pagué 1.50 de quetzal por la inscripción y… ¡Comencé a estudiar pues!

El juez Xitumul respaldado por organizaciones sociales previo a su ingreso al Organismo Judicial, días antes de ser suspendido en 2022. (Foto: Edwin Bercián)

Al pequeño Xitumul ni la guerra civil ni los conflictos políticos le quitaban el sueño, pero aquel marzo de 1982, cuando regresó a las aulas por decisión propia, el general José Efraín Ríos Montt daba un golpe de Estado a Fernando Romeo Lucas García, también general y también dictador.

Iniciaba la etapa más sangrienta de la guerra. Según la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, en Rabinal se registraron 34 masacres en los 17 meses de gobierno de Ríos Montt. El general se propuso exterminar a cualquier subversivo y ejecutó los planes militares Victoria 82, Firmeza 83, Operación Sofía y Operación Ixil. Estos planes describen a las comunidades indígenas organizadas como aliadas de la guerrilla. Todos eran enemigos: embarazadas, niños, ancianos, religiosos… Todos. 

En 2013, 31 años después, aquel poderoso y temido general debería sentarse en el banquillo de los acusados, sindicado de genocido del pueblo maya ixil, y aquel niño indígena que trabajaba en una carpintería de Mixco sería uno de los tres jueces que firmó la sentencia a 80 años de prisión por genocidio contra Ríos Montt

El 2 de mayo de 2013 fue reanudado el juicio en contra del expresidente de facto Efraín Ríos Montt. La Jueza Yassmín Barrios  y sus vocales, entre ellos el juez Pablo Xitumul, observan uno de los videos presentados por la defensa. (Foto: Edwin Bercián)

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A Xitumul le gusta remarcar que se construyó a sí mismo desde abajo, que no nació en cuna de oro.

—En los noventa trabajé en el McDonald’s de la Zona 4 mientras estudiaba derecho en la Universidad de San Carlos; aquí cerca, a dos cuadras de la Torre. Ganaba 900 quetzales al mes –dice.

—¿Usted siempre quiso estudiar derecho? 

—Yo quería ser cirujano, mi opción B era ser ingeniero, y la C, abogado; pero sólo en Derecho me permitían estudiar y trabajar. En 1992, ya en tercer año, la gerente del McDonald’s me obligó a elegir entre mis estudios y el trabajo. Ahí fue cuando encontré trabajo como profesor de música en la escuela de la colonia La Florida.

Un sábado de marzo de 2022, el juez Xitumul acude al supermercado junto a su familia. (Foto: Oliver de Ros)

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Son las 9 de la mañana de un sábado de abril. En la pequeña residencial en la que vive Xitumul –construida sobre un bosque, a unos 45 minutos en carro del centro de Ciudad de Guatemala–, los tres guardias de seguridad asignados por el Estado vigilan su casa. Es evidente que están poco acostumbrados a visitas ajenas al círculo íntimo del juez: anotan las placas, revisan al periodista y al fotoperiodista de pies a cabeza dos veces, verifican las identificaciones… Se comunican con miradas. Apenas hablan. Ordenan esperar.

En esas aparece Xitumul vestido con unos pants deportivos negros, camisa ídem, tenis blancos y una gorra roja similar a la que ocupaba el día que concedió la entrevista en su despacho en Torre de Tribunales, la semana anterior.

Aparece vigoroso, ejercitando los brazos y alzando las rodillas hacia su abdomen. Tras una charla breve sobre su gusto por el fútbol, comienza a trotar alrededor de una pequeña cancha de básquetbol donde lo acompaña su nieta de ocho años. 

 Xitumul corre casi arrastrando los pies y se detiene ocasionalmente para jugar con el balón de basquetbol con su nieta. Xitumul dispara el balón al aro con escasa técnica para intentar una anotación de tres puntos.  

Después del calentamiento, inicia el plato fuerte de su entreno matinal. Xitumul corre la cuesta empinada del residencial, llega hasta la garita, a unos 200 metros, y regresa al trote por el lado contrario. Sus tres guardias se distribuyen estratégicamente para no perderlo de vista.

—Esto lo hace tres o cuatro veces por semana, y en la tarde sale en bicicleta, y también lo tenemos que seguir –rompe el silencio uno de ellos.

—¿Le gusta su trabajo de cuidar a un juez? –hay que aprovechar.

—No está mal.

En la pequeña cancha de basquetbol que está detrás de su casa, Xitumul trota lentamente para iniciar su rutina de ejercicio, mientras su nieta juega con un balón al centro. (Foto: Oliver de Ros)

Es toda la plática más larga con el guardia, mientras Xitumul entrena y él se coordina por radio con sus dos compañeros.

El juez termina la quinta vuelta, que iba a ser la última, pero no se detiene y grita: “¡Hoy haré una vuelta más, la triunfal!”. Reúne fuerzas y sube la cuesta a toda velocidad, braceo enérgico y espalda erguida, como si fuera el remate en una carrera de atletismo de medio fondo. Termina de correr, toma aire unos segundos y regresa a la canchita, donde se echa 30 lagartijas y 50 abdominales. Luego resopla, toma agua de su pachón y se lleva las manos a la cintura. Luce orgulloso.

—¿Y usted en qué piensa cuando corre, juez?

—En los obstáculos que ya pasé, en los que tengo enfrente en estos días de persecución, en que debo concentrarme y terminar mi tesis, pensar positivo, estar firme… en eso pienso, pienso muchas cosas –responde con las pulsaciones aún aceleradas.

Para cerrar su entrenamiento de sábado, Xitumul corre a toda velocidad las gradas de los tres niveles de su casa. (Foto: Oliver de Ros)

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Xitumul recoge su cancionero y la cotización de instrumentos de la mesa de su oficina, y procede a ordenar su archivo en un silencio largo, casi incómodo. Parece el momento idóneo.

—Entonces, juez, ¿cuándo empezó a creer que estaba bajo la mira? ¿Y de quiénes? 

—Me convertí en juez de mayor riesgo en 2011, y ese mismo año fue mi primer gran juicio mediático: el caso del Smiley, un líder del Barrio 18; luego sentenciamos al exjefe de la Policía Nacional, Pedro García Arredondo, por la desaparición del universitario Édgar Sáenz Calito; y de ahí una cantidad enorme de casos de justicia transicional en el Juzgado de Mayor Riesgo A, del que yo era juez vocal.

De a poco, el apellido Xitumul empezó popularizarse –y a atragantarse– entre los defensores de militares de alta graduación retirados y sectores afines, como el gran empresariado guatemalteco aglutinado en torno al CACIF, el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras.

El juez Pablo Xitumul asiste a la inauguración de la Megasala de Torre de Tribunales, el 4 de mayo de 2017, durante un acto que aglutinó a magistrados de la Corte Suprema de Justicia, jueces de Mayor Riesgo, Ministerio Público, Cicig y de la Embajada de Estados Unidos. (Foto: Edwin Bercián)

Pero fue el 10 de mayo del 2013 cuando los reflectores de la derecha extrema enfilaron hacia el juez. Aquel día, el Tribunal de Mayor Riesgo A –integrado por Xitumul y sus colegas Jazmín Barrios y Patricia Bustamante– sentenció a 80 años de prisión al general Ríos Montt, por el genocidio cometido contra el pueblo ixil entre 1982 y 1983. Una cachetada en toda regla a los poderes económico y militar. 

—Después de eso sí sentí que me pusieron en la mira.

Las amenazas fueron explícitas. “No voy a descansar hasta verlos procesados, despojados de esa inmunidad y esas ínfulas de súper jueces que tienen. ¡Se los digo!”, gritó al tribunal durante una audiencia el defensor de Ríos Montt, Francisco García Gudiel, conocido como el Gato.

García Gudiel, abogado que ha forjado una carrera defendiendo a militares retirados, a altos funcionarios corruptos y a narcotraficantes, protagonizó el primer ataque público que recuerda Xitumul. Se refirió a Xitumul como “un títere, un tontito que no opina”. Por esos insultos, García Gudiel fue suspendido un año por el Colegio de Abogados.

La histórica condena por genocidio tocó fibras sensibles, sin duda, y 10 días después fue anulada por la Corte de Constitucionalidad, el máximo tribunal del país, en ese entonces dirigida por Roberto Molina Barreto, un magistrado que poco después colgó la toga para, en las elecciones de 2019, ser candidato a vicepresidente junto a Zury Ríos, la hija de Ríos Montt.

El empresariado globalizado, por medio de un comunicado difundido en los principales periódicos del país, también salió en defensa de Ríos Montt, alegando que en Guatemala nunca hubo genocidio, y criticó con dureza a los tres jueces. 

Lo ocurrido aquel 10 de mayo de 2013 también le trajo a Xitumul la enemistad pública –y quizá eterna– de Ricardo Méndez Ruiz, hijo del general Ricardo Méndez Ruiz Rohrmoser, el ministro de Gobernación de Ríos Montt. El general falleció en enero de 2016; una semana después de su deceso, el Ministerio Público giró una orden de captura en su contra por su implicación en el caso de desaparición forzada más grande del país, conocido como Creompaz

“Es un gran prevaricador, lo he seguido a lo largo de su carrera como juez y sé que ha violado la ley en incontables ocasiones”, ha dicho Méndez Ruiz sobre Xitumul, para el que abiertamente desea la cárcel o el exilio.

En 2022, Méndez Ruiz, dirigente de la organización de extrema derecha denominada Fundación Contra el Terrorismo (FCT), se ha convertido en una especie de vengador. Él está detrás de la denuncia que obligó a Miguel Ángel Gálvez, otro juez de mayor riesgo, a exiliarse en noviembre de 2022

—Erika Aifán, Xitumul, el juez Gálvez, Jazmín Barrios… todos son casos similares: no son jueces que gocen del pleno uso de sus facultades mentales. Lo que pasa con el juez Xitumul es que es una persona sin escrúpulos, un prevaricador; en 2018, durante el caso Molina Theissen, se le recusó por tener conflicto de interés porque su padre fue guerrillero y murió durante el conflicto armado interno. ¿Por qué siguió adelante si tenía conflicto de interés? Yo espero que la suspensión del cargo sea permanente –dice vía telefónica Méndez Ruiz.

El caso Molina Theissen al que hace referencia Méndez Ruiz trata sobre Marco Antonio, un adolescente de 14 años arrebatado de su hogar en octubre de 1981 por un comando armado; secuestrado y desaparecido unos días después de que su hermana mayor, Emma Guadalupe, escapara de un centro de detención clandestino en el que la torturaron y la violaron. Ella militaba en Juventud Patriótica del Trabajo, suficiente para ser considerada un objetivo para la dictadura.

Casi cuatro décadas después, en mayo de 2018, Xitumul sentenció a cuatro ancianos pero poderosos militares por la desaparición de Marco Antonio y la violación de Emma. Entre esos cuatro oficiales condenados a 58 años de cárcel estaba Benedicto Lucas García, exjefe del Estado Mayor durante los años de la dictadura en los que el presidente era su hermano: el también general Romeo Lucas García.

Por casos como este Xitumul acumuló al menos 50 denuncias en su contra en la Junta Disciplinaria Judicial, el Colegio de Abogados, el Ministerio Público y la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH), casi todas interpuestas por la defensa y familiares de los militares sentenciados. 

En el mismo período de tiempo él presentó 15 denuncias por amenazas y persecución, pero todas fueron desestimadas. 

En 2018 se generó otro momento de tensión en el tribunal de Xitumul: apenas un mes después de sentenciar a Benedicto Lucas García y compañía, fue Roxana Baldetti –la vicepresidenta de la República entre 2012 y 2015– quien se sentó en la silla de acusados. “¡Señor juez, usted me va a negar mi derecho de defensa!”, gritó Baldetti a Xitumul cuando este le negó tomar la palabra en una audiencia.

En un caso conocido como Agua Mágica, Xitumul sentenció a la exvicepresidenta Baldetti a 15 años de cárcel por dirigir una estructura criminal que defraudó al Estado por 22 millones de quetzales, al adjudicar de forma anómala contratos a una empresa israelí que se encargaría de sanear el lago de Amatitlán, algo que nunca sucedió. La exvicepresidenta sigue privada de libertad por la sentencia firmada por Xitumul, y debería estarlo al menos hasta 2027. Tiene además otros dos procesos penales pendientes, junto a una solicitud de extradición a Estados Unidos.

***

—Un sábado de septiembre de 2018 [en pleno juicio contra la exvicepresidenta Baldetti] me tocó ir al Hospital Hermano Pedro, en Antigua, para que atendieran a mi mamá. Mi hijo y yo nos sentamos en la entrada junto al parqueo. De pronto, se parqueó una patrulla policial y bajó un agente que comenzó a tomarnos fotografías con el celular. Pensé lo peor, que nos iban a secuestrar o algo, por las amenazas del juicio. Mi hijo también comenzó a grabar al policía, y ahí se acercó y nos dijo: “Estaba tomando fotos a un bache, no a ustedes”.

Xitumul denunció lo ocurrido y la investigación determinó que aquella patrulla no tenía jurisdicción en ese sector. 

Además del control y vigilancia de fuerzas de seguridad en 2018, Xitumul recuerda con claridad dos persecuciones vehiculares. Y nadie lo sacará de su convicción de que esos acosos ocurrieron por las sentencias a los cuatro militares y a la exvicepresidenta Baldetti. 

La exvicepresidenta Roxana Baldetti, comparece junto a otros implicados durante una audiencia en el juicio por el caso ¨Água Mágica¨ el 2 de julio de 2018,  en el Tribunal de Mayor Riesgo C a cargo del juez Pablo Xitumul. (Foto: Edwin Bercián)

***

De nuevo en el despacho. Xitumul se acomoda en la silla, entrelaza manos, hace a un lado el presente turbulento y vuelve a sumergirse en los años –turbulentos también– en los que ser juez no era ni siquiera una pretensión. Quiere rememorar uno de los períodos más determinantes de su vida: la desaparición de Mateo, su padre.

—Era barrenero, básicamente rompía piedras. En 1977 comenzó a irse por semanas a trabajar en la construcción de la Hidroeléctrica Chixoy, y después se hizo electricista. A lo lejos recuerdo que tenía sus libros y que sacó un curso de electricidad en la ‘Escuela para todos’, un programa de radio que él sintonizaba a las 5 de la tarde.

—¿Qué pasó exactamente con su papá?

—Descansaba una vez al mes, y nos traía galletas, jugos y de todo, como buen padre, pero en uno de esos viajes ya no regresó a Rabinal. Al principio pensamos que estaría en la capital con mis hermanos y pasó un tiempo sin preocuparnos porque antes la comunicación inmediata no existía. Pero el tiempo siguió pasando y mi mamá decidió averiguar. 

«Nos traía galletas, jugos y de todo, como buen padre, pero en uno de esos viajes ya no regresó a Rabinal».

Xitumul acompañó a su madre hasta el lugar en el que se estaba levantando la represa. El ingeniero a cargo les enseñó la habitación y ahí estaban sus cosas: una guitarra vieja, una grabadora. También les sugirió que preguntaran en los pueblos cercanos porque él salía a echarse sus tragos con algunos compañeros.

Xitumul, de apenas 12 años, recorrió junto a su madre comisarías, centros de salud, morgues y cárceles de San Cristóbal Verapaz, de Santa Cruz, de Tactic, pero ni rastro de Mateo. 

Regresaron a la obra una vez más, ya resignados, y exigieron una indemnización por el tiempo trabajado. El mismo ingeniero que les atendió la primera vez les entregó un cheque por 750 quetzales, dinero con el que compraron unos muebles que hacían falta en la casa. 

—Y esa es la historia de mi papá. Nunca lo encontramos. No sabemos si los guerrilleros lo interceptaron o si fue el Ejército. Nadie en mi familia sabe qué le pasó. Pero al menos nunca lo vimos tendido muerto, eso hubiera sido mucho más duro –dice Xitumul.

El juez niega que su padre haya formado parte de la guerrilla, incluso durante la conversación en su casa nos dijo que su padre militó en el Ejército un periódo de su juventud. 

Museo de las víctimas del conflicto armado interno en Rabinal. (Foto: Oliver de Ros)

***

El año 2018 fue el de la acumulación de acusaciones, calumnias, amenazas y etcéteras; guarda un fólder con todas las denuncias que recibió aquel año, pero lo cierto es que nada ni nadie lograron ponerlo contra las cuerdas. 

El resbalón que lo alejó del ejercicio de la judicatura llegó casi de la nada, de una discusión con un inspector de la Policía Nacional Civil llamado José Lindo Cuxaj. 

—Sucedió el 2 de febrero de 2019. Como cada 15 días, iba con mi familia a limpiar nuestra antigua casa en San Juan Sacatepéquez, y ya estábamos por ir a un partido de fútbol. Aquel día nos movíamos en tres vehículos: mi seguridad en una camioneta, yo en otra, y mi esposa en un picop con mi hija y mi sobrina. 

Desde el 13 de marzo de 2022 Xitumul está suspendido por la Corte Suprema de Justicia, y lo estará hasta que se dilucide la denuncia que el inspector Cuxaj interpuso en su contra por lo sucedido aquel sábado de febrero de 2019. 

—Estábamos esperando a que mi nieta saliera de la casa para retirarnos y, como se tardaba, bajé del auto a buscarla. Cuando regresé, había una patrulla con las luces encendidas, con policías rodeando los autos que querían que toda mi familia se bajara de los vehículos.

«Desde el 13 de marzo de 2022 Xitumul está suspendido por la Corte Suprema de Justicia, y lo estará hasta que se dilucide la denuncia que el inspector Cuxaj interpuso en su contra por lo sucedido aquel sábado de febrero de 2019».

La Policía llegó por una llamada de emergencia de un vecino por un auto sospechoso, según Xitumul. Las patrullas rodearon los tres autos, él corrió para ver qué sucedía y el inspector Cuxaj les pidió que se bajaran. 

Xitumul se dirigió a la cabina del auto y respondió que no era necesario, que eran mujeres y niñas, a lo que el inspector Cuxaj respondió que estaban facultados para revisar al vehículo y a sus tripulantes. 

La discusión se tornó acalorada, el juez levantó la voz e intentó entrar en su auto, pero el inspector Cuxaj le somató la puerta y tomó a Xitumul por el cuello, hecho que sus hijos grabaron. Xitumul envió mensajes para solicitar ayuda al entonces procurador de los Derechos Humanos en Guatemala, Jordán Rodas, y este logró que un superior policial llegara al lugar. 

Dos días más tarde, Xitumul denunció al inspector Cuxaj por abuso de autoridad. 

Una semana después, el policía contraatacó con una denuncia por abuso de autoridad, y a esa se sumaron cuatro denuncias más del sector militar y político, que vieron una oportunidad dorada para despojar a Xitumul de su cargo. 

El Consejo de la Carrera Judicial quiso sancionarlo con un proceso administrativo en su contra, derivado del altercado con el policía.

Los jueces de Mayor Riesgo, Pablo Xitumul, Miguel Ángel Gálvez y Ericka Aifán recibieron un reconocimiento por su lucha a favor de la justicia por parte de la Asociación de jueces de Colombia el 6 de octubre de 2021. (Foto: Edwin Bercián)

El 13 de marzo de 2022, la Corte Suprema suspendió de su cargo a Xitumul con goce de salario; por primera vez en más de una década, quedó sin posibilidad de impartir justicia en un estrado.

La justificación de la suspensión fue que Xitumul debía atender el caso de la denuncia en su contra, defenderse y, tras desvanecer la acusación, sería restituido. 

Pero esto no ha sido posible. Durante el 2022, dos jueces de primera instancia se excusaron para no conocer el proceso legal contra Xitumul. 

Mientras tanto, la Junta Disciplinaria del Organismo Judicial cerró en julio de 2022 el proceso administrativo iniciado en 2019, por falta de pruebas, pero Xitumul no puede regresar a su cargo hasta que un juzgado de primera instancia decida si debe ser procesado por abuso de autoridad, por la denuncia aún vigente del inspector Cuxaj, quien paradójicamente ya fue ligado a proceso por el mismo delito, porque el juez le denunció también. 

Por si fuera poco el enredo, el 2 de diciembre de 2022 la Corte de Constitucionalidad confirmó la suspensión de Xitumul, tras rechazar un recurso legal que el propio juez había presentado para regresar a su juzgado. 

Xitumul da vueltas al tema del inspector Cuxaj y se vuelve repetitivo recordando lo ocurrido aquel 2 de febrero de 2019. Luego, se sumerge en un silencio que deviene el momento propicio para esta pregunta clave.

En 2021, El juez Xitumul junto a otros operadores de justicia y diputados de oposición recibieron un reconocimiento de organizaciones campesinas por su trabajo contra la corrupción de Guatemala. (Foto: Edwin Bercián)

—¿Y usted por qué cree que los magistrados de la Corte Suprema le quitaron el antejuicio por su altercado con el inspector?

—Esos magistrados los colocaron dos partidos políticos extintos: Patriota y Líder. Yo juzgué a Baldetti y a altos militares con conectes con el Partido Patriota. No me sorprendería que esos magistrados aprovecharan la oportunidad para hacerme caer, porque cuando me quitaron el antejuicio ni siquiera escucharon mis pruebas de descargo –susurra Xitumul mirando a las paredes y tras verificar que su celular está lejos, como si alguien pudiera estar escuchando.

—Su hipótesis sugiere que ni la Corte Suprema ni el Ministerio Público de Consuelo Porras actúan por cuenta propia. ¿Quién cree que está detrás de su actuar?

—Están Guatemala Inmortal y, sobre todo, la Fundación contra el Terrorismo. En varias ocasiones ha pasado que la Fundación tuitea en contra de alguien y al siguiente día Consuelo Porras ordena un operativo. La FCT es un brazo del CACIF y de los militares, y la señora fiscal sólo obedece. Mi separación del cargo es por ellos, pero sé que yo voy a regresar al tribunal –dice Xitumul en un arrebato de autoconfianza quizá desmedida.

Entre 2019 y 2022 al menos 24 fiscales y jueces guatemaltecos han tenido que salir al exilio por cacerías judiciales en su contra. Todos ellos tenían algo en común con Xitumul: en algún momento procesaron, acusaron o condenaron a redes criminales de políticos corruptos en las que empresarios todopoderosos estaban inmiscuidos, o bien a aquellos militares con cuentas pendientes del pasado.

En medio de las pertenencias que Xitumul guarda en su oficina se encuentra una caricatura sobre el juicio que dirigió contra Roxana Baldetti, publicada en el medio digital Prensa Libre en 2018. (Foto: Oliver de Ros)

En un momento, Xitumul se enfrasca en explicar o intentar entender por qué su relación con los magistrados de la Corte Suprema se ha deteriorado, y de pronto un nuevo silencio se apodera del despacho mientras hace una pausa para revisar los mensajes de su celular. 

—¿Ha pensado en el exilio?

—No, en mi vida he tenido muchas situaciones por superar y esta es una más. Si no puedo volver a ser juez, seré maestro de música o le entraré a un sueño pendiente, como poner un restaurante, pero irme lejos de mi familia y de mi hogar no es opción. Yo juzgué basado en derecho. No debo nada a nadie. 

—¿No le da miedo quedarse sin seguridad?

—Yo tengo la frente en alto. A mí me dieron la comisión de juzgar, y condené cuando encontré pruebas, y absolví cuando no las había.

Sus palabras resuenan firmes, pero Xitumul admitirá otro día que ya ha entrado en contacto con entidades internacionales y embajadas, por si tiene que exiliarse. 

—La jueza Jazmín Barrios un día me dijo que el exilio es lo peor del mundo, y ella lo sabe porque se tuvo que ir un tiempo a España –dice.

“De tres puntos” dice Xitumul antes de lanzar el balón de basquetbol hacia el aro, en la cancha donde juega junto a su nieta. (Foto: Oliver de Ros)

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Al Xitumul de los sábados –ropa deportiva, acomodado en su hogar, lejos de tribunales y protocolos– se le podría definir como un bromista, adjetivo que la conciencia colectiva cuesta asociar con los jueces. Aún sigue recuperándose de su rutina de ejercicios, parado en el centro de la canchita de básquetbol, y se arranca a imitar las voces de Ríos Montt o del expresidente Alfonso Portillo.

 —¿Y a usted no le interesa participar en la política? 

 —Hace unos 10 años me ofrecieron competir por la Alcaldía de Mixco, y del 2021 para acá me han buscado cuatro partidos políticos para que compita por la Presidencia. No les he dicho ni sí ni no, pero yo no estoy muy interesado. 

 —¿Qué partidos lo han buscado? 

 —Partidos de centro-derecha y de izquierda, pero yo no sé si me conviene. Tendría que pedir permiso en la Corte Suprema y estaría aún más en la mira de militares y políticos corruptos –dice Xitumul, sin soltar nombres de esos partidos pese a la insistencia. 

Xitumul zanja la charla y corre a su casa para arreglarse. Debe ir con la familia al supermercado. Incluso algo tan rutinario como ir de compras deviene engorroso y protocolario cuando se vive amenazado. Su equipo de seguridad alista dos vehículos para movilizarse, Xitumul reaparece, y aborda su camioneta.

Una vez en la tienda, lo primero que busca es la sección de las verduras.  

El juez escoge vegetales para la parrillada del sábado, asegura que en días libres cocina junto a su esposa. (Foto: Oliver de Ros)

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La vida de los jueces en Guatemala es compleja. Uno de los retos más grandes es sobrevivir a una carrera hostil incluso a escala interna: existen bandos y fricciones en los pasillos de los 16 pisos de la Torre de Tribunales, una marcada división entre jueces de primera instancia y magistrados de salas de apelaciones, además de un sistema que –sobre todo– en el último par de años ha puesto en entredicho la independencia judicial.

Haroldo Vásquez, juez de sentencia con más de dos década de carrera, es uno de los fundadores de la Asociación Guatemalteca de Jueces por la Integridad, surgida en abril de 2016 y que en la actualidad reúne a más de 50 jueces y juezas. Vásquez es poco optimista con las condiciones de seguridad que el Estado guatemalteco ofrece a los jueces; en especial, a los de mayor riesgo. 

Xitumul está confiado. Se anima a decir que está convencido “al 95 %” de que la Corte Suprema le levantará la suspensión, pero el juez Vásquez, que conoce a Xitumul desde hace casi 20 años y que en la actualidad analiza los agujeros y riesgos del sistema, se muestra menos optimista.

—Estoy preocupado por las condiciones de un sistema instrumentalizado desde el órgano investigador –dice el juez Vásquez–, y no, yo no tengo esa confianza que tiene el juez Xitumul. Esperamos que todos los procesos sean transparentes.

—Si un juez que ha sido amenazado y perseguido es destituido, ¿hay garantías de seguridad que lo amparen?

—Son limitadas y casi nulas las medidas de seguridad preventivas que brinda la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Primero, porque el Estado no cumple con las medidas que se recomiendan; y segundo, porque si él pierde la seguridad asignada, quedará como blanco de cualquier tipo de ataque. 

«Xitumul está confiado. Se anima a decir que está convencido “al 95 %” de que la Corte Suprema le levantará la suspensión».

Carlos Arsenio Pérez es otro colega cercano a Xitumul. Se conocen desde que estudiaron juntos para convertirse en jueces de paz en 2004 y 2005, y están asignados al mismo juzgado. El juez Pérez ve con preocupación la situación de su colega, y recuerda con nostalgia las vivencias de los años en los que iniciaron su carrera. 

—En un curso, el catedrático organizó una dramatización de un debate oral y público: a Xitumul le tocó ser abogado defensor y el profesor interpretó el papel de juez. Xitumul lo arrinconó con argumentos jurídicos, a criterio de todos nosotros le ganó el juicio, pero el profesor se enojó y terminó sacando a Pablo de la clase –cuenta entre risas el juez Pérez. 

Pero no todos en el Organismo Judicial se preocupan por el destino de Xitumul, o lo consideran un juez con un criterio jurídico intachable. Jorge Valladares, el magistrado de la sala cuarta de apelaciones que en 2015 benefició a Ríos Montt al evitar que fuera enviado al Hospital de Salud Mental Federico Mora, fue consultado sobre el actuar de Xitumul en los juicios emblemáticos que ha tenido a su cargo. Se limitó a decir esto: “No estoy de acuerdo con algunas de sus sentencias, pero tendría que examinar cada expediente para emitir una opinión justificada”. 

Bajo la mirada de la seguridad asignada por el Estado, el juez corre seis vueltas a su residencial, siendo el plato fuerte de su entrenamiento físico. (Foto: Oliver de Ros)

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—Días difíciles… hasta escribí un poema, que titulé ‘Ojaracla’. Luego me pregunta qué significa –dijo Xitumul en la primera entrevista.

Se refería a lo que había hecho la noche del 29 de julio del 2021, cuando aquel halcón peregrino –que a sus ojos era un águila– se posó altanero por primera vez en la cornisa frente a su tribunal, y Xitumul cree que le habló. Esa creencia fue la inspiración que necesitaba para agarrar papel y lapicero, y escribir un poema que tituló ‘Ojaracla’.

“Al bicentenario me levanté, cada momento me levantaba de nuevo

Ratos de 72 horas después, jodidos ya no

Nadie atrás se quedó, cuando desperté ya no estaba ahí

Lloraban y rondaban sin Consuelo, payasos títeres ni bravucón

No volvieron sino al Pavón, esto me lo dijo el halcón”.

Este es el poema que Xitumul escribió, apesadumbrado por la persecución contra jueces y fiscales desatada por el Ministerio Público encabezado por Consuelo Porras, e inspirado por el inusual visitante. Lo hizo, dice, como un mensaje de fortaleza.

—¿Y qué significa ojaracla? –le pregunté luego.

—Significa ‘Al Carajo’, sólo que le di vuelta.

Y Xitumul ríe sonoro por su ocurrencia.