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Por eso, ascender en el mundo diplomático y alcanzar los puestos más importantes ha dependido, tradicionalmente, de obtener favor político del gobierno de turno. Mulet hizo precisamente eso en 1993, cuando logró ser nombrado embajador en Washington y seguir los pasos de su papá. Pasó de ser presidente del Congreso a ocupar una de las embajadas más importantes para el país sin tener ninguna experiencia previa. “Ese es un puesto de confianza. Mulet tenía el apoyo de Jorge Carpio y tenía buena relación con Serrano (el presidente Jorge Serrano)”, recordó Roberto Alejos. “También era parte de la cuota de poder que le tocaba a Carpio en el Ejecutivo”, dijo el exdiputado. Fue en Washington precisamente donde le sorprendió a Mulet el autogolpe de Estado que trató de dar Serrano en los últimos días de mayo de 1993. Como casi todos los sectores de la sociedad, desde los sindicatos a la cúpula del sector privado, pasando por los medios de comunicación y muchos oficiales del Ejército, Mulet se opuso al efímero intento de Serrano de convertirse en dictador. El autogolpe era un retroceso. Interfería con la paz, con el reconocimiento internacional, con los planes de futuro que tenía Mulet y tantos otros políticos. Mulet renunció al cargo de embajador en protesta y trató de evitar que el régimen de Serrano obtuviera reconocimiento internacional. Después, cuando se restableció el orden constitucional, se mantuvo en el puesto hasta 1996, cuando asumió el nuevo presidente Álvaro Arzú, otro político que, como Mulet, había abandonado el MLN con Maldonado Aguirre. Esta primera experiencia diplomática cambió la trayectoria de Mulet. A partir de entonces, se centraría en el servicio exterior y trataría de alcanzar los puestos en la comunidad internacional que se abrían ahora para los guatemaltecos. Ser embajador no tenía nada que ver con ocupar una diputación. Era posición de privilegio y poder, pero sin todos los focos, las críticas, la polémica.

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Edmond Mulet es candidato en 2023.

Por eso, ascender en el mundo diplomático y alcanzar los puestos más importantes ha dependido, tradicionalmente, de obtener favor político del gobierno de turno.
Mulet hizo precisamente eso en 1993, cuando logró ser nombrado embajador en Washington y seguir los pasos de su papá. Pasó de ser presidente del Congreso a ocupar una de las embajadas más importantes para el país sin tener ninguna experiencia previa.
“Ese es un puesto de confianza. Mulet tenía el apoyo de Jorge Carpio y tenía buena relación con Serrano (el presidente Jorge Serrano)”, recordó Roberto Alejos. “También era parte de la cuota de poder que le tocaba a Carpio en el Ejecutivo”, dijo el exdiputado.
Fue en Washington precisamente donde le sorprendió a Mulet el autogolpe de Estado que trató de dar Serrano en los últimos días de mayo de 1993. Como casi todos los sectores de la sociedad, desde los sindicatos a la cúpula del sector privado, pasando por los medios de comunicación y muchos oficiales del Ejército, Mulet se opuso al efímero intento de Serrano de convertirse en dictador.
El autogolpe era un retroceso. Interfería con la paz, con el reconocimiento internacional, con los planes de futuro que tenía Mulet y tantos otros políticos.
Mulet renunció al cargo de embajador en protesta y trató de evitar que el régimen de Serrano obtuviera reconocimiento internacional. Después, cuando se restableció el orden constitucional, se mantuvo en el puesto hasta 1996, cuando asumió el nuevo presidente Álvaro Arzú, otro político que, como Mulet, había abandonado el MLN con Maldonado Aguirre.
Esta primera experiencia diplomática cambió la trayectoria de Mulet. A partir de entonces, se centraría en el servicio exterior y trataría de alcanzar los puestos en la comunidad internacional que se abrían ahora para los guatemaltecos.
Ser embajador no tenía nada que ver con ocupar una diputación. Era posición de privilegio y poder, pero sin todos los focos, las críticas, la polémica.