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El diputado-no algoritmo

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¿Cómo es un día en la vida de un diputado novato, recién llegado? Es lo que imagina Danilo Lara, a través del parlamentario Retamozo, fan de Natti Natasha, ex marido vapuleado y un “tigre” si mucha garra en el chiquero del Hemiciclo.

En su día ciento catorce como diputado, Retamozo despierta a las seis con cinco. Va al baño, y como es su costumbre, procede a cagar mientras revisa su teléfono. En el WhatsApp la bancada ya está activa, así que antes de que la nota mental que rumió toda la noche —una duda relacionada a la Ley de Leasing— se desvanezca, la escribe en el chat grupal. Entra un mensaje de su contacto registrado como “don Obdulio”. “Dispense, le saluda de nuevo Obdulio Cisneros. Aquí viendo si me va poder ayudar a resolver lo de mi patojo, bachiller Nefry Cisneros. Como le contaba a su secretaria, a él y a otros compañeros que trabajaban como técnicos les hicieron una canallada en el Inab. Los despidieron solo así, teniendo toda la papelería en orden. Le envié a ella fotocopias de los contratos y de los dpis de los jóvenes. Siquiera usted desde su posición pudiera darle seguimiento a sus demandas. Palabra que son buenos muchachos que han cumplido a cabalidad y no es justo que los quieran joder de tal manera, disculpe la expresión, licenciado”. Le responde que hará los trámites para servir de canal con las entidades correspondientes. Nuevo mensaje. Ahora en Twitter y de un carácter más hostil, Centella81705422 le escribe, “QUE TE PARECE CHAIRITO SI MEJOR DERROGAMOS LOS ACUERDOS DE PAZ Y DE UNA VEZ POR TODAS TERMINAMOS LO QUE EMPESAMOS UNO POR UNO LOS GUERRILLEROS COMO VOS Y EL MARIC…”. Retamozo interrumpe la amena lectura para grabar un mensaje de voz a su ex esposa Iris, “Hola, vos. Hablándote desde temprano para que por fa me confirmés si al fin tendré a la Brianita el domingo. Te recuerdo cordialmente que el fin de semana pasado me dijiste que era el cumpleaños de su prima y el anterior fue cuando se la llevaron con tu novio al puerto… y que regresó toda llena de ronchas… el tratamiento aquel carísimo que, por cierto, yo resulté pagando. Pero ese es otro tema. La cuestión es que me corresponde verla. Me confirmás, Iris. Que estés bien”.

En la ducha, reflexiona que tal vez la chorreó con el mensaje a Iris. Quizá no debió ser tan agresivo porque ahora, ¡mierda!, va a resultar otra vez con eso de que él siempre está a la defensiva. Ya de tacuche se da una vuelta por la cocina, como si no supiera que no encontrará nada porque ni la refri le han traído al apartamento, a donde recién se mudó para que el Congreso le quedara más cerca. Y por todo el asunto con Iris, claro. Le escribe a los de la refri que una vez más disculpen pero no estará al mediodía para recibirla, que espera mañana tener un rato libre.

***

Retamozo llega siete minutos tarde a su reunión en Diabetes Vete, fundación que brinda tratamientos médicos gratuitos a pacientes diabéticos. Es una casona vieja con patio central acomodada para albergar clínicas, área administrativa y un centro de investigación. “Le ofrezco cafecito, licenciado”, dice una anciana con una larga trenza. Él acepta y ella le entrega un brebaje ralo en vaso de duroport y dos cubiletes de esos de tienda que vienen en bolsas amarillas. “Perdone que no le podemos ofrecer ni buen café, lic”, dice la directora, Velveth Cotí. “La verdad es que la estamos pasando muy mal, para qué le voy a mentir”, le explica la doctora —y como lo demuestran las múltiples fotos en su estantería— también triatlonista. “Venimos operando con el veinte por ciento de nuestro presupuesto habitual porque al ministerio se le dio la gana dejarnos de trasladar los aportes que están en el convenio. A la gente acá se les debe en algunos casos hasta cuatro meses. Hemos tenido que despedir cuando no nos ha quedado de otra. Es triste. Ni hablar de los pacientes. Parte el alma pero hemos mandado a sus casas a personas en fase delicada, dándoles solo metformina o de lo que todavía tengamos. Los muchachos de Contabilidad dicen que en mes y medio tronamos. Una mi clínica voy a parar montando allá en mi casa jeje. Échenos la mano, licenciado Retamozo”.

De camino a su Yarisito, chequea el WhatsApp. Los de la refri le informan que “al no hacerse efectiva hoy la entrega de la unidad, a partir del día de mañana lamentablemente empezaremos a cobrarle un extra por almacenamiento en bodega”.

De Iris aún no tiene respuesta.

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El sol pega recio en el parqueo del Congreso. “Jovenazo”, le grita a Retamozo una voz profunda. Es Fermín, uno de los diputados más añejos del Congreso, quien portando su iconico olor a loción amaderada se acerca, le pone la mano huesuda y de agarre castigador encima del hombro y le expresa, “Mirá, vos, bandido. Quiero felicitarte por la exposición que te lanzaste el otro día en el Hemiciclo, lo de tu proyecto de ley, ¿cómo era?”. “De dignificación de los espacios hospitalarios públicos a través de la música ambiente”, le recuerda. “¡Tremenda!” —apretando el agarre en el hombro— “Fijate, vos, que me gustó cómo la amarraste con brindarle oportunidades a músicos del país que viven desahuciados. Te juro, campeón, que me estremeció la pasión que le metiste al exponerla. Escuchándote pensaba, juelagrán, jóvenes así son los que enriquecen el debate parlamentario y le devuelven el alma al Estado. Esa alma que, afirmaba Sócrates, reposa, ni más ni menos, que en la hermosa Constitución. Mentes como la tuya, hambrientas de nuevas visiones, hacen que esa alma jamás se marchite” —el anciano relaja la presión sobre el hombro de Retamozo, que solo anhelaba dejar de estar expuesto a la combinación del solón con el penetrante miasma de loción Varón Dandy— “Si bien en lo personal yo voté en contra de tu propuesta, al igual que el resto de mi bancada, fue porque con el tiempo irás aprendiendo que cada cosa en el Congreso tiene su momento, y ya le llegará a ideas como la tuya, tigre”.

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“¿Qué onda con ese Fermín, muchá? Raro el don”, dice Retamozo, antes de saludar a las cuatro personas congregadas en su despacho: Glendy, su secretaria; Éder, asesor 1; Nicole, asesor 2; y Chofo, colega de bancada que solo anda de visita, robándose sobrecitos de Cremora. “Yo soy fan de ese ruco, mano”, confiesa Chofo, quien pronuncia las eses como zetas. “Aclaro, no soy fan de sus posicionamientos políticos o concretamente de su trabajo. Sino de la manera en que lo hace. Crack. En la mañana anduvimos en una citación con la Comisión de Migrantes, donde me tocó con ese señor. Conamigua envió de representante a un puro chavito, bastante perdido mi gordo, y el lic Fermín lo va socando, muchá. Me lo hizo centavos a pura ráfaga de preguntas”. “¿Cuestionamientos importantes?”, pregunta Éder. “Nel, babosadas. Lo que le gusta a Fermín, jabonear a cualquier gato frente a las cámaras. Con decirles que recitó unas estrofas de Mojado de Ricardo Arjona y puteó al pobre chavo por no saber quién era el autor. Un ídolo. No se avanzó en absoluto en términos de agenda, por supuesto”. 

«Con el tiempo irás aprendiendo que cada cosa en el Congreso tiene su momento, y ya le llegará a ideas como la tuya, tigre». 


A Retamozo le quedan unos cuarenta y cinco minutos para coordinar con sus asesores antes de la reunión exprés de bancada previa a la plenaria. Comienza entregándole a Éder su informe de la reunión con la directora de Diabetes Vete, “Me urge que cités al viceministro de Salud. Hay que ir al hueso, mover medios, agitar la opinión pública. Artillería a tope. Que dejen un charco de sudor, como dice mi entrenador de spinning”. “Lic, nos anda chilereando que regresó al gym, no se haga”, interrumpe Glendy. “Mi punto es que vayás con todo, Éder”, continúa el diputado, quien lamenta el no haber podido colar en la conversación con mayor naturalidad su intento de chilerear que regresó al gym. “Aplicá ese estilo tuyo de meter presión al fiscalizar, siempre agreste pero apegado a la Ley”. 

Nicole tiene la mirada clavada en la pantalla de su laptop. En el buscador, unas treinta y ocho pestañas abiertas. Está leyendo reseñas de unos audífonos. Retamozo se sienta a su lado. “¿Qué me tiene hoy la niña brillante de este equipo?”. “Lo que me pidió”, contesta, trasladando la mirada a su jefe y con ello revelándole el tercer experimento de maquillaje de la semana, este inspirado en una de las sub-culturas callejeras de Japón. “No se vaya a burlar de los colores. No sea malo. Entrando en materia, en este documento están las iniciativas de ley y adjunté alguna información que sirve de contexto. También los informes presupuestarios y…”. “Me gustaría también algo de los laborat…”. “Los laboratorios también van acá en estos exceles, a partir de casos del departamento de criminología”. “Una vez más, genial, Nico. Vos siempre superando mis expectativas. ¿Te desvelaste?”. En lugar de responder, Nicole salta al siguiente vagón en su convoy de ideas, “Lic, anoche alterné el trabajo con una serie que se llama Planetes. Se la compartiría pero usted nunca mira mis «caricaturas chinas», como les dice. Es acerca de unos recolectores de basura espacial. Tal vez la serie combinada con el montón de horas en Excel me condujeron a alucinar lo siguiente: un diputado, en uno de su aspectos, es un representante de los ciudadanos, en general, pero en específico de sus votantes; o sea, usted representa las preocupaciones, ideales, valores, etc. de unas 47,000 personas, en proporción a los votos que obtuvo su bancada en las últimas elecciones. Ahora, imagínese, lic, que en el futuro los diputados sean substituidos por algoritmos. Los votantes completarían unos tests súper largos y complejos, con lo cual se extraerían sus posturas respecto a un amplio número de temas. Después, un superprocesador se encargaría de traducir todo eso, supongo que ejecutando funciones de consenso y en ocasiones, aunque no sería lo más deseable, randomizando ante problemas demasiado escabrosos. Al final, se obtendría una inteligencia artificial que entraría en debate con otras inteligencias artificiales en un parlamento artificial. Eso sería un diputado-algoritmo”. “¿Cómo una playlist de Spotify, Nico? ¿En eso me querés convertir?”. “No, no. Es un principio distinto, lic. Digamos que si una postura de un grupo de sus votantes a un problema sociopolítico es una canción de Ray Coniff y otra postura distinta al mismo problema es una canción de… ¿cómo es que se llama la que a usted le gusta?”. “Natti Natasha, mi amorsote”, responde Retamozo mostrando su teléfono con una foto de la cantautora dominicana de fondo de pantalla, como respaldo de su compromiso platónico. “Entonces lo que sonaría en la «playlist» no serían ambas canciones una tras otra, sino una sola canción que sería un licuado óptimamente representativo de ambos artistas. ¿Me explico?”. “Okei, Nico. Eso me suena a centrismo. Pero prometo reflexionar al respecto. Me llevo el magnífico material que me preparaste y voy corriendo a la reunión”. “¿No va a almorzar, lic?”, preguntan casi al unísono las tres personas de su equipo.

Como no hay tiempo, Glendy le regala su barra de avena.

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La reunión exprés de la bancada no es muy distinta a planear tu equipo en una chamusca. Quién cobra los tiros libres, quién va de líbero, quién se le pega al 9. De acuerdo a lo que se discutirá en esta sesión, la Ley de Conflicto de Interés, estrategizan que Chofo plantee la postura de la bancada y Dayrin presente los casos. En cuanto a Retamozo, su rol será de mero apoyo. La otra cosa que acuerdan es que nadie se irá, “den las horas que den” y no importando qué tan condenada esté la ley —la bancada está a favor de su aprobación— porque la última vez que abandonaron el Hemiciclo sin votar los crucificaron en redes; “vendidos”, “yo esperaba algo diferente de ustedes pero resultaron ser la misma babosada de siempre”, y comentarios similares. Retamozo alberga ilusión de que esta ley pase. No lo dice a sus compañeros porque la percepción en el ambiente es que la alianza entre la bancada oficialista, la supuesta oposición y las otras bancadas afines le pasarán la aplanadora y que en este preciso momento tan solo se encuentran acordando los conceptos que utilizarán para justificar la masacre.

La barra de avena que le regaló Glendy está deliciosa. Retamozo anota preguntarle mañana en dónde la compró.


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Hora y media ha pasado desde que debió comenzar la plenaria. En el Hemiciclo solo están las bancadas pequeñas en número, y esparcidos, uno que otro diputado que pertenece a las grandes pero que, ya sea por discrepancias ideológicas, intereses o dramas personales, decidió adoptar el modo forajido, sin afiliación ni pasado.

Retamozo le dispara un “?” a Iris en el WhatsApp, seguido de un emoji de carita alegre como ablandador. No hay respuesta. El único que le escribe por el momento es el tuitero TemerarioBalam26, “Diputaducho, ya deje de infectar nuestra nación con su agenda marxista globalista. Le advierto que no sere yo de los que lloran como niños lo que no pudieron defender como…….. HOMBRES!!!”. Se levanta de su butaca y toma el material que preparó Nicole y comienza su peregrinación llevándole a cada uno de los parlamentarios presentes una copia del proyecto. Hacer lobby. El primero es  Edrás Jolón, diputado de corte ultra-conservador en temas sociales. “Licenciado Jolón, qué chilera esa su corbata. Miré, vengo a poner a su consideración esta propuesta que mi equipo ha venido trabajando y que espero traer ponto a discusión. Abarca el tema de los transplantes. Sin ánimos de usar mi historia para manipular la decisión de nadie, no puedo evitar mencionar que, siendo alguien que perdió a su papá por un padecimiento que muy probablemente pudo haberse superado con un modelo más ágil de donaciones, esto es personal para mí, y lo que me mueve es que nadie más allá afuera pase por la tragedia que a mi familia le tocó vivir”. “Lamento lo que me comparte sobre su señor padre”, responde Jolón. “Con mucho gusto se le dará estudio a su propuesta. Asimismo, en espera de reciprocidad, quisiera hacerle llegar pronto una propuesta que trabajé y que es de suma importancia para mí y para millones de guatemaltecos que comparten mi fe, pues vemos alarmados cómo ciertos valores y tradiciones están en perpetuo ataque a merced de agendas foráneas”. “¿Va a proponer otro Día de la Biblia, lic?”. “No, mi estimado. Deseo proponer del 5 al 10 de junio como Semana de Remembranza de la Guerra de los Seis Días, y con ello estrechar los lazos de Guatemala con nuestra nación hermana Israel, celebrando cómo consiguieron dobleg…”. “Permítame, lic, tengo una llamada y creo que es de mi ex esposa”.

No es su ex esposa. Es Obdulio Cisneros, “Mi amigo, ¿cómo está?, aquí animándome a llamarlo a ver si me había podido resolver algo de mi patojo, es que viera que sí nos urge un poquito, por eso hasta le fui a meter tarjeta a este teléfono. Si desea le comunico al muchacho, él está aquí [dirigiéndose a su hijo] vení, vos, ponete pilas, el licenciado te quiere platicar, pero hablale con carácter”. “No, don Obdulio, no tenga pena. No me lo pase. La verdad es que tuve un día agitadísimo. Con decirle que ni he almorzado. Deme chance de puyar a mi asesor mañana y prometo tenerle avances”. 

***

Con tres horas cuarenta y seis minutos de atraso, la bancada oficialista y el resto de bancadas mayoritarias empiezan a ubicarse en el Hemiciclo. Se anuncian los protocolos de la sesión. La Ley de Conflicto de Interés entrará a discusión. De forma tímida, algunos congresistas se levantan para exponer sus puntos. Fermín, por ejemplo, habla de favorecer el espíritu de dicha ley, más no ver con buenos ojos algunos renglones que “podrían favorecer agendas ideologizadas y revanchistas”. Llueven aplausos.

Por su parte, una de las diputadas independientes expone su postura a favor de la aprobación y desde arriba se escuchan abucheos y un eufórico “¡votemos ya, hombre!”. La disposición del Hemiciclo, con las bancadas conservadoras y fuertes en número instaladas hasta arriba y las pequeñas y más progresistas abajo, de espaldas, favorece al bulleo. Es un bus escolar donde los de tercero básico te tiran chicles en el pelo. El clima de pronto está rebosante de veneno. Entre la alegadera, suena el teléfono de Retamozo. Esta vez sí es Iris. A pesar de las advertencias de sus colegas a no hacerlo, sale corriendo abandonando de forma momentánea la sala. Sin saludo previo, su ex esposa le dice, “Mirá, si venís el domingo por la nena que sea solo un rato, porque a veces ya tarde la traés y cuesta despertarla al otro día. Aparte, la última vez que te la llevaste me dijo que se había desesperado”. Mientras le da pequeñas pero energéticas patadas con sus mocasines a la base del pabellón nacional que adorna la entrada al Hemiciclo, Retamozo responde, “¿Qué pisados estás hablando, Iris? ¿Por qué me decís eso? Ese día le pregunté a Briana qué tenía ganas de hacer y me dijo que quería una su hamburguesa e ir al cine. La llevé. Fuimos a ver una babosada de unos rollos de sushi que cantan y la patoja se quedó dormida. Como la noté de bajón y casi ni me hablaba, la llevé a la casa. Así es ella, a veces anda desganada. No sé qué más esperás que yo haga ni porque me estás diciendo esas mierdas”. Iris le cuelga.

De vuelta al santuario del debate parlamentario, encuentra a Chofo intentando explicar la postura de la bancada en medio de chiflidos, gritos y somatadas de mesa. Uno de los oficialistas se burla de la forma en que pronuncia las eses como zetas, y entonces Retamozo se voltea y le grita “bajá pues, gordo mierda”. Y todo queda en silencio. Luego murmullos. Fermín toma el micrófono y mirando en dirección a los reporteros presentes manifiesta, “Colegas, llevo casi tres décadas teniendo el honor de pararme en este bendito Hemiciclo, desde que muchos de ustedes aún olían a talquitos, y creánme que jamás presencié un espectáculo tan barbárico como este. Escuchar lo que el compañero aquí profirió hacia otro colega es una granada de desfragmentación en el corazón de la ekklesía”.

En el internet, el diputado Retamozo ya era un meme.

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A la una con veinticinco de la madrugada la Ley de Conflicto de Interés fue enviada al congelador, arrollada por las bancadas grandes aduciendo que contenía incisos que afrentaban contra la libertad de asociación y que, al menos en su forma actual, les resultaba inviable apoyarla.

La ponzoña se transfirió del teatro del Hemiciclo al teatro de las redes sociales. Cientos de personas diciéndose “bajá pues, gordo mierda” mientras un diminuto contingente intenta explicar que lo que Retamozo había expresado se llamaba gordofobia y no debía ser tolerado. El gordofóbico pasó al autoservicio de Taco Bell por un par de chalupas que cenó en el desayunador de su apartamento, con la ropa de trabajo todavía puesta, como adolescente entrando de un chonguengue.

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En su día ciento quince de ser diputado, Retamozo despierta a las seis con cincuenta y dos. Revisa el teléfono en su cama. Hay un mensaje en WhatsApp y es de la doctora Velveth Cotí, “Licenciado, le escribo con enorme agradecimiento. Hace unos quince minutos recibimos el depósito del Ministerio, casi por el 70% de la deuda. No sabe lo felices que estamos. Gracias a Dios y a su pronta gestión, con esto podemos darle continuidad a los tratamientos y pagar sueldos. La próxima vez que tengamos el gusto de que nos visite, ahora sí podré ofrecerle buen café jeje”. Sonríe. 

Ahora entra un mensaje de voz. Es del número de Iris, pero es su hija Briana hablando, “Papi, ¿vas a venir por mí el domingo? Es de que quiero enseñarte una muñeca nueva que me compró mi mamá y fijate que es roquera. Pero la cosa es que yo le perdí su bolsita y quiero ver si tú podías llevarme a comprarle una nueva para que guarde su micrófono y su grabadora y su maquillaje y unos alambres que a ella le sirven y su chumpa por si le da calor y…”.


El diputado-no algoritmo se levanta.

*Agradecimiento especial a Alberto Sánchez-Guzmán y Lucrecia Hernández Mack.

Con apoyo de:

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