7 min. de lectura

Compartir

Nuestro lodo

7 min. de lectura

Luego de días de lluvia, la tierra de las montañas se remueve y sus recuerdos también. Cuando termina de caer el agua y cuando termina la guerra, ¿qué es lo que queda? Lodo. La mezcla del agua y la tierra, que también es la mezcla del presente y el pasado, se queda en forma de lodo para atrapar y ensuciar, para no dejar que nadie salga limpio. Esto es lo que removió el 2020, tras las tormentas de ETA y Iota, en el altiplano guatemalteco.


A 250 kilómetros de la Ciudad de Guatemala, dentro del territorio ixil, entre las montañas de San Juan Cotzal en Quiché, se encuentra una comunidad de aproximadamente 500 familias que se llama Santa Avelina. Tiene una escuela, un campo de fútbol, una plaza central y un cementerio arriba de una montaña. A simple vista, este no es un lugar especial. Se podría, incluso, considerar una aldea indígena maya más, como las que resisten por todo el país. Pero la historia de Santa Avelina es la historia de Guatemala, la que existe porque resiste. 

Y así fue como la noche del 3 y la madrugada del 4 de noviembre, cuando comenzó a llover con fuerza, la aldea ixil tuvo que resistir bajo una doble tormenta, una vez más. La llegada de las tormentas ETA y Iota, trajo consigo la caída equivalente de uno a tres meses de lluvia sobre el territorio norte y parte del oriente de Guatemala en menos de diez días. Según Alejandro Giammattei, presidente de Guatemala, aproximadamente 400 mililitros cúbicos de lluvia cayeron cada 24 horas sobre las casas, las calles y las montañas de la aldea Santa Avelina.

Lluvias intensas e interminables provocaron tragedias y desastres por donde pasaron: La desaparición de la comunidad de Quejá en el departamento vecino de Alta Verapaz tras quedar casi completamente soterrada, es un ejemplo, también la inundación que dejó a la aldea Campur debajo del agua que más de un mes después sigue sin bajar de nivel, y miles de familias que tras perderlo todo fueron albergadas por sus vecinos.

Según el balance presentado al 5 de diciembre del 2020 por la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred), el paso de las tormentas tropicales ETA e Iota dejaron 60 personas fallecidas, 100 desaparecidas y 2.4 millones afectadas. Más de 310 mil personas resultaron evacuadas y trasladadas a albergues.

Además, se registran 741 tramos de carreteras dañados, 26 carreteras destruidas, 47 edificios afectados, 432 escuelas con daños, 109 puentes afectados y 52 destruidos, entre los que se encuentra el puente Joyompo una de las dos únicas entradas a Santa Avelina, que quedó parcialmente incomunicada.

Con la caída del agua sobre la tierra de la que están hechas las calles, el campo de fútbol y las montañas alrededor de esta aldea, se escucharon los retumbos alertando del peligro. Ruidos que despiertan miedos e inquietudes porque la lluvia no solo remueve la tierra, también remueve recuerdos. Y en este caso, los restos de la pesadilla que resultó de un conflicto armado interno y del genocidio perpetuado en contra de la población ixil hace 40 años. ¿Cuánto de ese lodo que se formaba con las horas de lluvia sostenida sobre la cancha de fútbol eran personas fallecidas en el conflicto armado?

Según la sentencia que declaró por unanimidad que sí hubo genocidio en Guatemala, dictada el 26 de septiembre de 2018 por el Tribunal B de Mayor Riesgo, hace casi 40 años -entre 1982 y 1983-, 1 mil 771 personas indígenas maya ixil fueron asesinados con intención de exterminio por las fuerzas armadas del gobierno golpista de Efraín Ríos-Montt. Y Santa Avelina, la aldea ixil en las montañas de San Juan Cotzal, fue uno de los escenarios de este crimen.

En un intento por ‘salvar a la población’, en palabras de las fuerzas armadas del Estado, las comunidades señaladas de apoyar a la guerrilla fueron reprimidas con fuerza. Se implementaron mecanismos de contrainsurgencia basados en miedo, represión y violencia para evitar simpatía entre civiles y el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). Una de las estrategias fue la de las ‘aldeas modelo’, que en la práctica eran algo parecido a campos de concentración. Santa Avelina fue una de las 17 aldeas modelo instauradas en la región ixil.

En un intento por ‘salvar a la población’, en palabras de las fuerzas armadas del Estado, las comunidades señaladas de apoyar a la guerrilla fueron reprimidas con fuerza. 


“En esas aldeas el ejército experimentó en el periodo 1982/86 su propio modelo de reorganización social para tener un control total de la población considerada base social de la guerrilla. En todo el país hubo entre 50 y 60 mil ”, describe el informe Guatemala Nunca Más, desarrollado por la Iglesia católica, en el tomo II en su segundo capítulo. 

El control sobre la población fue total, nada ni nadie entraba o salía de Santa Avelina sin que el Ejército lo permitiera. Por lo que no había necesidad de disparar o torturar a los habitantes para matarlos, con tan solo controlar los alimentos y la medicina fue suficiente para que las enfermedades se encargaran.

Así lo descubrieron los investigadores, arqueólogos y criminalistas en 2014 cuando, en la búsqueda de la verdad, llegaron a desenterrar los restos de 172 personas sepultadas en un cementerio improvisado en lo que ahora es el campo de fútbol de la aldea. Según los científicos de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG) encargada de la exhumación, investigación y posterior inhumación digna, la mayoría murieron por hambre y enfermedades curables. Sólo 15 fueron ejecutados.

La cancha de fútbol que fue testigo de esa represión, de las masacres y del hambre que vivió la población maya ixil, también se convirtió en el cementerio clandestino que guardó los cadáveres de las víctimas de esa guerra. Y ese mismo lugar por el que han rodado pelotas generación tras generación, es ahora el espacio que alberga a las familias que perdieron sus casa a causa de las lluvias provocadas por ETA y Iota.

A pesar de que los daños y las pérdidas se dieron rápido, la ayuda no logra terminar de llegar. La mañana del miércoles 25 de noviembre -por fin- amaneció despejado sobre estas comunidades de Quiché. Pero según testimonios de personas en el lugar, el apoyo estatal ha sido poco. Y fue gracias a un helicóptero del gobierno de Colombia que las comunidades más alejadas recibieron alimentos después de tantos días sin tregua bajo el agua e incomunicadas.

Nadie se atreve a decirlo, pero hay cierto alivio dentro de esa ausencia estatal. No hay cajas de alimentos, pero tampoco hay soldados para transportarlas. 

Las pérdidas contabilizadas por las tormentas tropicales van desde activos físicos como herramientas, animales de crianza y granos almacenados, hasta pérdidas económicas como los daños a las cosechas. Por lo que la manera de ayudar a que las comunidades afectadas como Santa Avelina se recuperen incluye, pero no se limita a: entregar donativos de alimentos, kits de higiene, insumos productivos como semillas, abonos, herramientas o animales. Y canalizar la ayuda a través de organizaciones como la Asociación Comunitaria Organizada de Desarrollo de la Población Desarraigada en la Región Ixil (Acopri) y la alcaldía indígena de Nebaj.

Según la Comisión de Esclarecimiento Histórico, la región ixil es considerada la más reprimida de todo el altiplano maya, con entre el 70 y el 90% de sus comunidades borradas del mapa tras el conflicto y de las que solo queda lodo. Pero ese no es el caso de Santa Avelina, la aldea modelo que desenterró y reconoció a sus muertos para darles una despedida digna. Y la misma que ahora deberá levantarse y recuperarse de las lluvias más devastadoras en los últimos años, mientras se cuida de una pandemia mundial para la que no existen medidas de prevención en idioma ixil.