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Yo, el presidente del Congreso

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Jeanny Chapeta piensa en el presidente del Congreso. Un desconocido. Su nombre no suena. Tiene todas las luces sobre él y no puede brillar por sí mismo al frente de uno de los poderes más importantes del Estado. Una crónica parlamentaria sobre lo anodino.


Esta mañana, como todas desde hace casi doscientos días, me desperté siendo Presidente del Congreso. Tengo quinientos mensajes en el teléfono pero también tres o cuatro transferencias.  En el chat del trabajo dicen que hablaron de mí en la prensa y las redes sociales. Le voy a echar un ojo cuando desayune, pero la verdad es que odio que en cualquier lado se diga mi nombre. Por eso ni doy entrevistas. Luego reviso los mensajes. Lo que sí me interesa son las transferencias. Yo quisiera que nunca se me mencionara. Eso se gana uno por meterse a diputado. Claro que ya llevaba mi tiempito buscándolo. Qué lejano siento decir que fui asesor parlamentario hace un par de gobiernos. Pensar que lo que decían que tenía que hacer era buscar acercamientos con la sociedad civil. ¡Jhá! Si la sociedad civil ni sabe ni le interesa la política. Menos van a entender lo que hace alguien en el Congreso. Todos esos puestos son de mentiras. Para los amigos. Todo el mundo lo sabe. Pero pisto es pisto, así que allí iba yo. Evitando a la prensa y al mismo tiempo, buscando reconocimiento en el medio. Claro que luego me di cuenta de que el medio no ve la prensa y allí enterré mis ganas de salir en las hojitas de las revistuchas de política. Ah qué rico está mi café. Toño siempre me lo trae como debe de ser. Con una mi champurrada, para que no me dé hambre. Él sí me conoce. Pero debe ser el único. Es que qué gran cambio. Yo hace un año ni era diputado y menos presidente del Congreso. Venir de la nada y lograr 82 votos eso nadie lo hace. Solo yo. Porque la gente de aquí, la que importa, me conoce y confía en mí. O eso quisiera creer. Porque casi siempre me siento en el anonimato. En la oscuridad. Y leí por allí (ya no me acuerdo dónde. Es que nunca me aprendo los nombres, hombre) que eso era lo que se buscaba cuando me eligieron. Que el apellido de mi predecesor era más conocido que las ruinas de Tikal. Que la historia de su familia lo aplastaba. Que ya necesitaban taparle el ojo al macho y qué mejor que con alguien como yo, que parezco una bolsa transparente. Mis facciones no dicen nada. No recuerdan a nada. El sol del poder me da en la cara y no hago ni sombra. Me parezco a todos y a nadie en realidad. Eso lo confirmo a diario. Antes, cuando podíamos salir a comer, yo iba a cualquier parte y en ningún lugar encontraba gente sacando sus teléfonos para publicar en dónde estaba yo. Dirigir uno de los poderes del estado y que la gente ni haga chisme sobre mí es extraño. Lo veo con todos y conmigo ni las luces. A veces me da ganas de que me conozcan. De que se me recuerde. Como todos. Y pasa que, como el otro día, a veces no me conoce ni la gente que trabaja conmigo. Yo ya iba en el elevador. Había dejado unos mis papeles y me regresé corriendo porque ya iba tarde y ni pensé en decirle a mis guardaespaldas porque todavía estaba acostumbrado a hacer mis cosas solo. La cosa es que solo me salí y ellos se me quedaron viendo mientras la puerta se cerraba. Pareciera de película pero en realidad es que estoy rodeado de aguambados. De todas maneras el carro estaba a cinco, seis pasos de mí a vuelta de rueda entrado al parqueo. ¿Y qué pasó? A dónde se dirige, me preguntó Elías, cuando jalé la manilla de la puerta de pasajeros. Sí. Elías. El mismo que me acababa de abrir la puerta para bajar del carro. No supe cómo reaccionar y quise buscar mi gafete. Entonces un “disculpe, patrón” se escurrió como una disculpa de su boca cuando me reconoció la cara y yo me estiré para sacar el folio y regresé al ascensor. Como la gran puta. Es cierto que traía mascarilla, pero cómo no me iba a conocer Elías si a diario se venía sentado a mi par, cuidándome. Y así es en todas partes. Ya quisiera yo la deferencia que le tienen a los otros diputados. Que mi lic aquí, que mi lic allá. Aunque yo no sea lic, ellos tampoco y a ellos sí de todo les dicen. Y yo, teniendo que decir en todas partes SOY EL PRESIDENTE DEL CONGRESO para hacerme notar. Supongo que es cuestión de tiempo. Con lo de hoy, que por todos lados está mi cara y con las fotos que me fueron a buscar de saber cuándo en donde salgo con la gente que me tiene aquí pienso que ya me van a conocer más, pero es que esa no era la forma, hombre.  Pero también es que qué esperaban si uno aquí no se mueve si no lo mueven los hilos de bien arriba. 

«Mis facciones no dicen nada. No recuerdan a nada. El sol del poder me da en la cara y no hago ni sombra. Me parezco a todos y a nadie en realidad. Eso lo confirmo a diario». 


Pero bueno. Que ya están listas las camionetas, dice Toño en lo que me sacude discretamente las migas del saco. En el camino le quiero escribir a mis asesores para que me miren qué pusieron de mí. Es una lata andar pensando en el qué dirán. Todo el tiempo tengo qué hacer, hombre. Que el ministro quiere que le mire unos sus papelitos. Que la ley de trabajo a tiempo parcial está hecha con las patas. Y eso solo para empezar. Desayunar con las comisiones. Lo bueno es que esas dietas me las pagan. Me cae pisto del aire todo el tiempo. Es una fiesta esto. A ver cómo nos va en estos días. Un año se pasa rápido. Algo tendré que hacer. Pero con todo esto que está pasando, que todos con sus señalamientos y todos los días uno, dos, tres nuevos escándalos, lo mío se olvida rapidito.

Ya vamos bien tarde. Y las calles del Centro histórico están cerradas. Que yo lo pedí, sí, pero cómo me cuesta entrar y luego a veces se me enojan los compañeros y voy de vuelta a los periódicos. Me voy a volver loco si sigo pensando en qué piensan de mí. 

Me bajo enfrente de la puerta principal de Congreso. Me reviso la camisa y el saco. Todavía se miran unas miguititas. Doy pasos largos a la puerta de registro. Dos recepcionistas están pegadas, hablándose mientras revisan papeles.

-Buenas tardes donnn… mmm. 

-Buenas tardes, Miriam, le digo, mostrándole mi gafete.

-Ay, disculpe, don Allan. Es que hoy ando algo distraída.

-No se preocupe, mamaíta, le digo. Me miro los zapatos. Abajo se ve la sombra que va dejando mi cuerpo. La que me recuerda que existo. Camino tarareando. Al fin y al cabo, que importa que nadie me conozca.  SOY EL PRESIDENTE DEL CONGRESO, CHINGADA MADRE.

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